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Historias de Verano (Parte III: Recuerdos en Carretera)


28 de diciembre de 2018 (7:00 a.m.)

“¿No creen que hemos salido un poco tarde?”, preguntó Santiago, “digo, si queremos llegar a una hora decente para comer algo en Trujillo en hora decente y luego ir por unas chelas”.

“La salchicha huachana solo aparece a partir de las 7 de la mañana”, respondió Juanjo.

“Igual creo que no podríamos parar por allí tanto tiempo, al menos no por la Plaza de Armas”, intervino Franco, “antes de hacerse la pichi a alguien le gustaba tumbarse árboles”.

“¡Ese viaje no tuvo nada de normal! ¡Las leyes de física no se cumplieron ese día! ¡Luego al gordo le ligó una! ¡Y a ti te saca el ancho un niño de 10 años! ¡Y la pelea de Nataniel, ¿qué dicen sobre eso?!”

“Que fue lo máximo”, dice Jeremías de forma pausada.

“¿Qué pasó?”, preguntó Santiago.

“Nada, tienes que estar allí para tratar de vivirlo como se debe”.

“Bueno”.

La carretera al norte siempre le pareció muy aburrida a los conductores, siempre era línea recta, rodeada de cerros o arena, solo cambiaba cuando entraban a una ciudad, donde podían ver las casas o los vendedores ambulantes. Acababan de cruzar Huaral, si bien no era tan temprano, no estaban los puestos de venta de naranja y mandarinas en la carretera. “Ojalá estén al regreso, a Estela le gustan, bah, nada que ver, igual le llevaré a mi madrecita”, pensó Jeremías. “¿Cómo estará ella? ¿Qué estará haciendo? Nunca viajamos juntos, siempre lo habíamos planeado, ¿por qué, maldita sea?”, seguía pensando.

“Oye, Jero, ya son las siete, ¿a qué hora llegamos a Huacho?”, preguntó Juanjo.

“¡Huevón! ¡Vamos a llegar cuando lleguemos!”, reaccionó.

“Asu, ¿vamos a empezar el viaje asados?”, le respondió Juanjo.

“Nada, calculo que en 15 minutos”, respondió más calmado, “¿puedes aguantar tu estómago por ese rato?”.

“Es que tengo hambre, compadrito”.

“Gordo, pides tanta salchicha que ya me preocupas”, dijo Roy riéndose.

“Toma, acá tengo unas galletas de agua, para calmar el hambre”, le dijo Santiago a Juanjo y le alcanzó un sobre de galletas.

“Esto no puede ponerse más chivo”.

“¿Ahora las galletas de agua son chivas?”

“Encuestemos, gente, ¿alguna vez alguien ha comprado por voluntad propia galletas de agua?”, preguntó Roy a todos.
La negativa fue general.

“Uno solo compra galletas de agua porque el médico le aconsejó, o su novia se lo impuso, el resto es de color rosa”.

“Cuando esté en tu entierro, ahí te dejaré un sobre para que entiendas lo bueno”.

“Si es que te invito”.

“No necesito una invitación”.

“No hablemos de muertes, menos cuando estamos en carretera, y peor cuando Jero está manejando”, pidió Franco.

“Ja, ja, ja, a lo mejor a tu séptimo intento ya te den el brevete”, le respondió Jeremías.

Conversando banalidades y lanzándose bromas mientras Juanjo comía las galletas de agua, llegaron finalmente a Huacho. Jeremías decidió estacionarse a dos cuadras de la Plaza de Armas, si bien nadie los vio y tampoco creía que los fueran a reconocer, igual decidió tomar recaudo.

“¿Qué hora es?”, preguntó Juanjo.

“La hora de tu salchicha huachana”, le dijo Roy.

Juanjo se separó del grupo para buscar la primera salchichería que encontrara, siempre ha sido servil con el grupo, nunca come solo, siempre lleva para los demás. Santiago decidió seguir a Juanjo para acompañarlo, mientras el resto se fue a caminar a la Plaza de Armas.
El árbol de Navidad de botellas seguía ahí, y estaba completo. Pero en esta ocasión colocaron una barrera de metal para no llegar a la base.

“A prueba de imbéciles”, le dijo Franco a Roy.

“Que no le di fuerte, esa huevada está mal hecha”, respondió.

Jeremías se separó un momento de sus amigos y se sentó en la misma banca donde vio cómo Roy destruía el árbol de botellas de plástico. Se acomodó en la misma silla y cerró los ojos. Y como todo inicio de viaje, se acordó de otro comienzo de historia.

Recordó la primera vez que vio entrar a Estela al salón donde recibiría las charlas por el diplomado sobre logística que su empresa pagó para él. Recuerda no haber tenido mayor expectativa que simplemente hacer lo suyo: aprender e irse. Sin embargo, jamás olvidará a la chica del vestido del verano, un vestido corto color amarillo, tenía el pelo moreno y corto hasta los hombros, y una sonrisa hermosa que regaló a todos los presentes cuando ingresó al aula. Tengo que conocerla, se dijo a sí mismo.

Pero no iba a ser instantáneo. Su timidez con personas nuevas no permitió ingeniar una forma de conocerla. Cada vez que buscaba una excusa para poder hablarle le asaltaban varias preguntas: ¿Y si ya tiene enamorado?, ¿si todo mi esfuerzo será por nada?, ¿si me pongo bastante nervioso?, ¿y si hago el ridículo? Al final, y a pesar de que ya tenía todo su plan listo para conocerla, siempre se decía lo mismo: Por las huevas es.

Quedaban dos semanas del diplomado y estaba concentrado en la biblioteca del instituto cuando escuchó un grito, volteó inmediatamente a ver qué ocurría y veía a una chica que se alejaba rápidamente de su sitio, era la chica del vestido del verano. Sus compañeras también se alejaban. 

¿Qué pasa por aquí?, preguntó.

Era un grillo, le dijeron con un rostro de solicitud de auxilio. Jeremías regresó a su sitio y tomó la regla de su cartuchera. Se agachó y se metió debajo del escritorio. Dos golpes fuertes sonaron y Jeremías surgió del oscuro escritorio con su víctima pegada a la regla. No miren, chicas, dijo con voz confiada. Hace mucho tiempo que no se sentía un héroe o caminaba con él. Incluso pensó que debía ponerse una capa, regresar a la dama y esperar que le cayeran las flores.

Pero la realidad era otra, las chicas se espantaron cuando vieron al grillo pegado en la regla y se retiraron del lugar. Por las huevas fue, se dijo con decepción. Se fue al baño a lavar la regla, y darle sepultura en las cañerías al pequeño bicho. Se lavó las manos y la cara. Una lavada de cara para seguir bien con la vida, se dijo mirándose al espejo.

Cuando regresó a su sitio encontró un post-it sobre su libro.

“Gracias”.

Volteó al sitio donde estaba ella, y ella lo miró de nuevo. Ambos sonrieron. Esta vez no será por las huevas, y, si lo es, haz que valga la pena. Respiró fuerte y se levantó.

Soy Jeremías, estamos en el mismo salón. Aparte de grillos, también mato otros bichos…y eso sonó totalmente mal. Y así se presentó Jeremías sin saber si lo había hecho bien. Yo soy Estela, y créeme que el hecho de que sepas matar bichos me hace confiar en ti. Y finalmente tuvo por primera vez esa hermosa sonrisa dedicada solo para él.

“Oye, Jero pajero, acá está tu pan con salchicha huachana”, Roy trajo a la realidad a Jeremías.

Los cinco se juntaron en la Plaza de Armas y desayunaron juntos, con toda la tranquilidad que no gozaron hace un par de años. Aprovecharon para contarle los pormenores a Santiago de lo acontecido y Juanjo se lamentó de no haber estado ahí para poder verlo.

“Nunca estás, gordito”, le dijo Franco, “es más, si te vas ahorita a buscar repetición de salchicha huachana, seguro pasa algo interesante.

“Bueno, gente, tenemos que seguir avanzando. Es el primer destino del viaje”.

Todos subieron a la camioneta y siguieron avanzando. Roy esta vez iba como copiloto. Todos conversaban mientras Jeremías se dedicaba a ver la pista, pero observar dicho camino lineal, recto y aburrido lo llevaba siempre a los mismos recuerdos.

Este…

Este…, respira, hazlo bien.

¿Quieres ir a ver El Puente de los Espías?, es una película de Tom Hanks…es uno de mis actores favoritos, y creía que quizá podías venir a verla conmigo.

Claro que sí, me muero por verla, ¿me recoges? Jeremías recibió de nuevo otra sonrisa y un gran sí.

Jeremías sonríe cada vez que recuerda esa vez que le dijo que sí, y el salto que dio cuando se despidió de ella, o todos los boleros que entonó toda esa tarde.

Sin embargo, regresó a la carretera y empezó a ver la carretera nuevamente.

«Deja de pensar en ella, concéntrate en el camino, conversa con el resto, nada te debe recordar», pensó durante buen rato.

«No recuerdes su sonrisa, su mirada», se repetía.

«No recuerdes su tristeza, sus lágrimas, su desesperanza».

«No recuerdes su paciencia, ojalá la tuviera aún».

«No recuerdes sus sentimientos expresados».

«No la recuerdes, solo maneja, tienes una misión».

“Oye, Jero, ¿esta chica de la foto no es Estela? Sí, es ella, qué bonita sonrisa tenía carajo. Qué huevón fuiste, eh”, dijo Roy sacando la foto de Estela de la guantera.

“Ay, carajo, olvidé de guardarlo”.

“Ajá, lo sabía, ese asunto aún no está terminado”, exclamó Franco.

“Oye, sí, esa chica te quería, y hacía buenos postres”, agregó Juanjo, “una pena realmente.

“No entiendo qué pasó, ella estuvo contigo todo el tiempo, siempre estuvo allí”, dijo Sebastián.

“¿Pero aún hay chances de retorno, no?”, preguntó Juanjo.

“Si las hay, la beatificamos”, respondió Roy.

Todos se rieron, incluso Jeremías. Las risas se apagaron para dar lugar al sonido del motor.

“De Estela hablaremos cuando estemos sentados en una mesa, más bien prepárense porque ya falta poco para llegar a Medio Mundo.

“Acá tengo las semillas”, dijo Juanjo.

“Excelente, cumplamos con el primer encargo de Nataniel”, dijo Jeremías mientras pisaba el acelerador.

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