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Mata - (Tercera carta / Diálogo I)

– Buenas noches, señorita, ¿puedo sentarme en este lado de la banca?
– ¡Tu cara!, ¿qué te pasó?
– ¿Tan feo estoy? No pasa nada, solo hice un esfuerzo por embellecer mi sonrisa.
– Estás sangrando. Toma, límpiate la sangre. ¿Estás yendo al médico?
– No es nada grave, y no me voy a morir por falta de estética.
– Pero necesitarás tus dientes para comer algo.
– Creo que mi abuelo me heredó su dentadura, le consultaré a mi abuela.

No es gracioso, me dijo mientras limpiaba la sangre seca que se había quedado en mis labios. A pesar de la ironía sentía con ternura toda la escena, no había pasado más de un mes cuando ella hacía lo mismo para sacarme el lápiz de labios después un beso pasado.

– ¿Qué lees?
– El obsceno pájaro de la noche de José Donoso.
– La historia del Mudito.
– Sí, pero a veces no la entiendo.
– Ni yo, ni Donoso creo. Será que el Mudito cuenta todo a la monja estando enfermo, delirando, y hasta drogado.
– Exageras – dijo riendo.
– No sé, pero yo no confío en los cuidados de una monja. Nunca es desinteresado y luego te piden plata para abrir su colegio.

Río nuevamente, nos quedamos en silencio mirándonos el uno al otro, procuré no sonreír para no malograr el momento con mi fealdad adquirida. Miró sus manos e hizo la pregunta que estuve esperando.

– ¿Cómo has estado?
– Buscando.
– ¿Buscando qué?
– A ti.
– Pues no debiste.
– Claro que debí, hay algo que solo tú puedes darme.
– Lo siento, a estas alturas ya te habrás imaginado que eso no va.
– Lo sé.
– ¿Entonces?
– Quiero una respuesta.
– ¿A qué pregunta?
– ¿Por qué?
– ¿Por qué qué?

Me sentí un poco decepcionado, mi mente me llevó a una de nuestras primeras conversaciones por mensajes de texto me escribió a la medianoche ¿cómo te gusta la comunicación? ¿Directa o entre líneas? Respondí la segunda e inmediatamente mi teléfono sonó y en su pantalla decía a mí también, ahora tendrás que descubrirme en cada palabra.

– ¿Por qué? – repetí con mi sonrisa incompleta.

Ella bajó los ojos, jugó con las páginas de los libros. Insistí.

– ¿Por qué?
– ¿Qué quieres que te diga?
– El porqué.
– Ese jueves, nuestro último jueves, cuando llegué a mi casa recibí una llamada de él.
– Eso no es lo que quiero escuchar.  No, eso no.
– Oye, tú sabes que la ruptura que tuve con él es reciente, tú y yo empezamos a salir cuando él y yo…
– Espera, si la respuesta que yo he perseguido va a tener su nombre, no me hubiera tomado la molestia de buscarla.
– ¿Entonces qué quieres escuchar?
– Lo que desconozco, no una historia de rompecabezas donde una pieza reemplaza a la otra. Lo que me vas a decir ya estaba predicho.
– No te entiendo. Francamente esto ya me está cansando- cerró su libro con fuerza y lo metió en su bolso.
– No te pares, por favor. Todo estos días pensaba en qué decirte cuando te vuelva a ver, algunos días eran quejas y regaños; otros, palabras condescendientes. Hubo días en los que me sentía patético; otros, simplemente molesto.
– Lo siento, no quería hacerte sentir mal, en serio, discúlpame.
– No, no hagas eso, no te disculpes por algo donde no hubo ni dolor ni tristeza– esbocé un gesto amable en mi cara – ¿Sabes?, durante los días que salía a caminar, muchas veces fui a los pocos lugares donde salimos. Me encontré con el mozo que siempre nos atendía, ese que siempre está peinadito y que tiene cara de idiota.

Lanzó una pequeña carcajada

– Me preguntó por ti y le dije que no tenía ni la más mínima idea de tu paradero. Dubitativo se tomó la libertad de preguntarme si algo nos había pasado. Pero como siempre me pasa desde que no supe de ti, no tenía respuestas, solo preguntas. Y le pregunté si él creía que tú sentías algo por mí.

Agachó la cabeza.

– Me dijo que ya quisiera que alguien lo viera así.
– No debiste preguntarle eso, ¿y si quiero regresar a ese sitio?
– Le mandas saludos de mi parte y le das el 10% de propina, no cincuenta centavos como acostumbramos ja ja. Luego fui al malecón y me encontré con la vendedora de rosas.
– La torpe que te engatusó para que le compres media docena de rosas.
–Que dicho sea de paso nunca me detuviste a pesar de que no te gustaban las flores.
–Es que me parece un regalo estúpido. Serán bonitas, pero es un adorno breve.
–No me hagas extrañar tus buenos puntos de vista. Así es, me encontré con la torpe vendedora de rosas. Como era de imaginarse, me quiso vender más rosas para ti aun cuando no estabas presente. Se acordó de nosotros y preguntó por ti, pero tampoco supe qué decirle, y ella recordó esto de nosotros…

Tomé fuertemente su mano y la miré directamente a los ojos. Si algo aprendí todo en todo este breve tiempo es que ella podía observar a muchos lados, incluso le costaba mirarme a los ojos cuando hablaba, pero una vez que tomaba sus manos, el brillo de esos luceros eran completamente míos para alumbrarme. Esta vez no fue la excepción.

–Esto es lo que recuerda de nosotros – le dije fijamente.

Ella acercó su rostro al mío y vi cerrar sus ojos, sentí corresponderle. Mi mano ya estaba acariciando la zona donde la nuca y el cuello se unen. Pero en un instante abrió sus ojos y se echó atrás; a pesar de esto, nunca soltó mi mano.

– ¿A qué quieres llegar con esto? – preguntó suavemente.
– ¿Aún recuerdas todo lo que me dijiste en las cinco salidas que tuvimos?
– Aún recuerdo lo que tú me decías.
– Entonces quiero saber el porqué.

Suspiró, miró hacia la izquierda y la derecha, finalmente me miró.

– El último día que salimos la pasé muy bien, fue una gran noche, no me había reído así con alguien hace mucho tiempo, tu naturalidad, confianza y mirada me encantan. Me enterneció caminar de la mano contigo por la calle y sentir cómo invadías mi cuerpo en los momentos que tú y yo estábamos solos y empezabas a recorrer mis hombros para hacer… hacer…

– ¿El amor?
– Sexo, fue sexo.
– Sexo
– Sí, no voy a decir algo que no sienta.

Trabado, esa era lo que sentía en ese momento, ninguna palabra salía de mi boca, solo una silenciosa sombra que salía desde mi pecho. Su mirada nunca esquivó la mía mientras decía sexo. Solté su mano y despacio metí las mías en los bolsillos para que no viera que temblaba.

Seguí en silencio. ¿Por qué me sentía desnudo frente a ella? ¿Cómo pudo romperle el ego a una persona no egocéntrica? ¿Pero es ego o era la sensación de saber que así iba a ser mi respuesta?

Ella seguía mirando fijamente, probablemente sabía lo que había hecho. Por primera vez esquivé su mirada y la dirigí a su libro, leí en voz alta el título del libro y dije para mí mismo el obsceno pájaro de la noche de Donoso, lo entendía y no lo entendía, avanzaba sin tener la certeza entera de lo que decía, pero igual me entretenía. Eso es.

– ¿Qué hablas?- preguntó leyendo la portada de su libro.
– ¿Sabes? No hay nada que sentir ni de qué arrepentirse. Sexo. Sexo nacido de la pasión, pasión que no es amor. Pasión que no se entiende, pero que se vive y se goza. Sobre todo en los primeros días, pero, no entiendo, ¿qué pasó?
– La llamada
– ¿Y te movió el piso?
– Sí
– Eso no es suficiente, eso no tiene nada que ver conmigo. Sé que eso pasó…. - saqué mi mano derecha del bolsillo, temblaba, la abrí frente a ella - por favor, léeme entre líneas, no voy a caer en ese patetismo.
–Eso era… tú quieres saber si yo…

Asentí

– Claro que sí. Sentí eso por ti, pero también sentí presión.
– ¿Presión?
– Te dije claramente desde un inicio que no quería algo más, pero tú aparentemente te desbordaste en eso, tú hablabas de una que otra cosa que yo no estaba dispuesta a enfrentar.
– Caramba, no me puedes castigar por ser un apasionado – dije extendiendo los brazos.
– Te dije que quiero estar tranquila, no me importa estar sola o acompañada, fuiste aquel caballero con el que siempre soñé, pero no eres lo que necesito ahora. Te dije que quiero vivir...
– Y yo te dije que te puedo ayudar con eso – la interrumpí.
– Pero eso es lo que no entiendes, quiero hacerlo sola.

– ¿Sola? Si fuera así, esa bendita llamada no hubiera hecho que… ¡ay, carajo!

Un dolor agudo provino de las costillas, un dolor agudo. Me sobé la zona donde la patada fue dada, ella quiso acercarse a ver si podía hacer algo, la alejé. No es nada, le dije.

– Hasta ahora no me has dicho que te ha pasado.
– Unos ladrones me sacaron la mierda a patadas en el malecón, pero créeme que eso es lo que menos duele ahora.
– No es justo que digas eso.
– Justo es que no te desaparezcas. Eso solo demuestra que todo esto no valió nada y ni que decir de mí, ¿o me equivoco?
– Ya estás fuera de lugar.
– Nuevamente te vas. ¿En serio te vas a ir sin decir más?
– No tengo más que hacer aquí.


Cogió su cartera y vi cómo se alejaba. Y se fue sin decir chau, hasta luego, adiós, ni siquiera un hasta nunca. Solo me dejó palabras en la boca, y sentía que cada una de ellas me pesaba, de la misma manera en la que ella desapareció. Me paré y la seguí, la llamé por su nombre, pero me ignoraba, las costillas me seguían doliendo, ya la iba a alcanzar. No te vayas, calmémonos, matemos esto, no lo vas a hacer tú sola, le decía. El dolor agudo apareció nuevamente, quise sostenerme del poste más cercano, pero el dolor me encegueció y caí al suelo precipitadamente. El dolor era fuerte, y solo pensaba en que ella se iba de nuevo sin ningún adiós, con la diferencia de que esta vez sí me dejaba tirado como un perro. Literalmente.

Mata - (Segunda carta)

Ya no sabía dónde más buscar la respuesta a mi interrogante. Maldita incertidumbre. La busqué una última vez en aquel malecón como si revivir los pasos me fuera a dar alguna certeza.
Hacía demasiado frío como para ser una noche de diciembre, de todas maneras cada vez que iba al malecón llevaba como precaución la vieja casaca de cuero que al menos una vez la abrigó. La chica de las rosas me saludó a lo lejos mientras metía en problemas a un incauto enamorado que estaba sentado con su pareja en la banca que nunca fue mía y menos nuestra.

Recostado sobre el respaldar del malecón empecé a reflexionar sobre los beneficios de estas búsquedas nocturnas, palabras como patético y perseverancia se enfrentaban por un lado a la misma vez que cordura y obsesión buscaban un punto medio en sus choques. De repente, durante aquella batalla que se libraba en mi cabeza una voz me decía que ya perdía y colocaba su brazo por mi cuello, otra voz me pedía quedarme quieto mientras buscaba entre los bolsillos de la casaca. La primera voz me seguía repitiendo ya perdiste, ya perdiste y la otra mecánicamente seguía diciendo quédate quieto, no hagas nada, quédate quieto. 

No, no quería perder ni quería quedarme quieto.

Golpeé con la nuca a uno de los asaltantes y empujé al otro. Quise correr pero uno de ellos se abalanzó contra mí e hizo que perdiera el balance, caí como un plomazo al suelo pero seguí luchando contra mi agresor, cuando pude ganar la posición de ventaja y ponerme sobre ese ladrón apareció aquel que recibió el cabezazo y de una fuerte patada en las costillas hizo que perdiera cualquier esperanza de salir bien librado. Traté de cubrirme todo lo que pude, pero entre te dijimos que quieto y conchamimadres me golpearon por todos lados. Aún siento la patada que voló dos de mis dientes.

Los gritos de una mujer se escucharon entre los golpes, más voces se unían al de ella, los ladrones corrieron a medida que los gritos se incrementaban. Me paré y quise seguirlos, se habían llevado todo lo que llevaba conmigo. Pero un jalón evitó que tomara esa iniciativa. Era la vendedora de rosas. Le dije que me dejara ir, que tenía que buscar mis cosas, puso su canasta en el piso y molesta vociferó: ¿Eres tonto o qué?, hace rato que esos dos te habían marcado, siempre estás solo buscando a alguien que no va a venir por acá, ¿no te has dado cuenta de eso? ¡Ve a buscarla a otra parte o mejor ya no la busques! ¡Ya se fue! ¡Ya fue! ¡Fue!

Por un rato me quedé en silencio, me aparté un momento para revisar que no tuviera más lesiones en el cuerpo. Tomé aire y me acerqué a la chica. Discúlpame pero no tengo plata para comprarte rosas. Ella me preguntó, no sin antes decirme tarado, por qué querría yo comprar rosas, le respondí que iban a ser para ella, por desahuevarme tan finamente. Se rió un momento y me dijo lo más probable es que yo te dé las flores para tu tumba, estás más allá que acá. Me reí con ella y le dije que me iba, intentó darme dinero, para el pasaje me insistió. Me negué con educación, le dije que quería caminar porque total ya no hay peligro ni dientes que me roben.

Sangrando y sin dinero caminé a mi casa en esta ruta que definitivamente iba a ser larga. A medida que avanzaba mis pensamientos se hacían variados, ¿qué pudo ser?, ¿qué pudo pasar?, ¿la jodí yo?, ¿se acabó?, ¿o nunca empezó? Carajo, cómo me duele la jeta. Mi sonrisa de por sí no era mi atractivo, pero tampoco quiero que sea mi repelente, ¿cuánto me costará el dentista? Esa chica que de la banca que acabo de pasar se parece a ella. Tiene su cabello, su tamaño, una blusa roja que usó un par de veces, incluso el mismo color de labial. Espera, se parece mucho a ella. Porque era ella.

En ese momento empecé a sentir que caminaba sobre el mar mientras avanzaba hacia ella.



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Recomendación (que pueden escuchar mientras (re)leen este post) : 



Mata - (Primera carta)


Camino constantemente todas las noches por los lugares que recorríamos con la intención de encontrarte. Tienes algo que decirme, tengo algo que escuchar.

Recorro aquel parque donde caminamos de la mano por primera vez, me abrazabas hacia ti y me besabas mordiéndome los labios. Tus ojos nunca se separaban de los míos, ellos también me abrazaban ¡qué intensidad!

Me gustaba llenarte de besos en la frente, era el lugar más sencillo para atacar, tu baja estatura hizo que esa parte de tu cuerpo fuera el lugar donde mis ósculos fueran más a terminar.
Llamé a todos los que sabían de lo nuestro, nadie da razón de ti, ¿por qué te desapareces así?
Anoche me senté en la cafetería donde conversamos largamente, me admitiste sin admitirlo que eras fujimorista. Eres joven y decidida, ¿cómo hacerte entrar en razón?, de verdad preferí escuchar todo tu punto de vista que no comparto y ver cómo se movía tu nerviosa boca al recitar esa política que tanto detesto. Gracias a Dios existían los besos para detenerte.

Hablé con el mozo que nos atendió unas cuantas veces, a diferencia de los clásicos frapuccinos o cualquier cojudez dulce de chocolate que solíamos compartir pedí un café cargado, muy cargado, uno que me diera energía y concentración para encontrarte unas horas más. Me preguntó por ti, le dije que no estabas. Me pidió disculpas y se tomó la confianza de preguntarme si todo estaba bien entre nosotros, le dije que no sé y le consulté si pensaba que tú sentías algo por mí, exclamó un ya quisiera yo que me miraran así. Le sonreí y le pedí que me recomendara un sánguche.

Tras salir de la cafetería decidí que la búsqueda tenía que continuar, llamé a un taxi solo para decirle que no sabía a donde quería ir. El señor amablemente me preguntó si estaba mal de la cabeza, solo atiné a responderle que un poquito y si conocía lugares románticos en la ciudad, él me dijo que lugares así habían por montones pero que tenía que ser más específico, pues según él hay tres tipos de lugares románticos: los bonitos, los bonitos oscuros y los privados. Le pedí que me recitara los bonitos que conocía y me mencionó el malecón, muy bien, señor, allá vamos. En el carro le pregunté por las otras dos categorías, pero eso no es relevante ahora.

El malecón fue el lugar de nuestra primera cita o caminata, ¿recuerdas cuándo nos perdimos entre las calles a pesar de que llevaba un mapa conmigo?, qué bueno que sigas pensando que fue una artimaña mía para pasar más tiempo a tu lado y no una torpeza mía como lo fue en realidad. Recuerdo que hablabas con distintas pasiones de toda tu familia y de las desigualdades que tenemos en gustos, colores y películas. Si fuéramos iguales ya no habría gusto, me dijiste para luego abalanzarte sobre mí.

Mientras me sentaba en el mismo lugar donde ocurrió aquella conversación, la chica de la canasta de 
rosas apareció. Exacto, la misma señorita que se le cayeron todas las rosas justo cuando pasaba al frente de nosotros y no nos quedó más remedio que ayudarla. Nos dio una rosa a cada uno para luego querer venderme diez más, pero nosotros no teníamos ni siquiera una salida completa juntos como para hacer aquella compra. Le dije que no gracias, e inmediatamente me increpó que no quede tacaño ante ti, saqué un par de monedas y tuvimos dos rosas más, me insistió que con una quinta ya se hace más magia, le di lo que quería para que nos dejara en paz. Me abrazaste y me dijiste qué idiota eres para dejarte convencer así, en esto no quedarías mal conmigo, te cuento que a mí no me gustan las rosas.

Mientras la espera cómprele una rosa, me dijo. Le respondí que no estoy esperando a nadie, pero sí buscando a alguien. Ella me preguntó por una descripción a ver si podía ayudarme, se la di y le hice recordar que hace poco la habíamos ayudado cuando se cayó su canasta, abrió inmediatamente los ojos y me preguntó qué había pasado. No puedo darte una respuesta de algo que no sé, le dije. Sorprendida exclamó ¡pero si ella tomaba fuertemente tu mano!

Y con una sonrisa solo atiné a decirle lo más lógico: pero se soltó.


Antes de que se vaya me dijo que si hubiera comprado las doce rosas todo sería distinto, me reí un momento y preferí callar el hecho de que a ti no te gustan esas flores. El resto de la noche me quedé viendo a las olas resacarse y escuchando el rugir de sus caídas. La incertidumbre… a veces creo que Jesús caminaba sobre el agua porque al ser hijo de Dios siempre tuvo un piso por la certeza que le daba su divinidad.

Hoy aún tengo ganas de buscarte por los lugares que juntos recorrimos, a pesar de que sé son los más improbables donde encontrarte.