Camino constantemente todas las noches por los
lugares que recorríamos con la intención de encontrarte. Tienes algo que
decirme, tengo algo que escuchar.
Recorro aquel parque donde caminamos de la
mano por primera vez, me abrazabas hacia ti y me besabas mordiéndome los
labios. Tus ojos nunca se separaban de los míos, ellos también me abrazaban ¡qué
intensidad!
Me gustaba llenarte de besos en la frente, era
el lugar más sencillo para atacar, tu baja estatura hizo que esa parte de tu
cuerpo fuera el lugar donde mis ósculos fueran más a terminar.
Llamé a todos los que sabían de lo nuestro,
nadie da razón de ti, ¿por qué te desapareces así?
Anoche me senté en la cafetería donde
conversamos largamente, me admitiste sin admitirlo que eras fujimorista. Eres
joven y decidida, ¿cómo hacerte entrar en razón?, de verdad preferí escuchar
todo tu punto de vista que no comparto y ver cómo se movía tu nerviosa boca al
recitar esa política que tanto detesto. Gracias a Dios existían los besos para
detenerte.
Hablé con el mozo que nos atendió unas cuantas
veces, a diferencia de los clásicos frapuccinos o cualquier cojudez dulce de
chocolate que solíamos compartir pedí un café cargado, muy cargado, uno que me
diera energía y concentración para encontrarte unas horas más. Me preguntó por
ti, le dije que no estabas. Me pidió disculpas y se tomó la confianza de
preguntarme si todo estaba bien entre nosotros, le dije que no sé y le consulté
si pensaba que tú sentías algo por mí, exclamó un ya quisiera yo que me miraran así. Le sonreí y le pedí que me
recomendara un sánguche.
Tras salir de la cafetería decidí que la
búsqueda tenía que continuar, llamé a un taxi solo para decirle que no sabía a
donde quería ir. El señor amablemente me preguntó si estaba mal de la cabeza,
solo atiné a responderle que un poquito y si conocía lugares románticos en la
ciudad, él me dijo que lugares así habían por montones pero que tenía que ser
más específico, pues según él hay tres tipos de lugares románticos: los
bonitos, los bonitos oscuros y los privados. Le pedí que me recitara los
bonitos que conocía y me mencionó el malecón, muy bien, señor, allá vamos. En
el carro le pregunté por las otras dos categorías, pero eso no es relevante
ahora.
El malecón fue el lugar de nuestra primera
cita o caminata, ¿recuerdas cuándo nos perdimos entre las calles a pesar de que
llevaba un mapa conmigo?, qué bueno que sigas pensando que fue una artimaña mía
para pasar más tiempo a tu lado y no una torpeza mía como lo fue en realidad.
Recuerdo que hablabas con distintas pasiones de toda tu familia y de las
desigualdades que tenemos en gustos, colores y películas. Si fuéramos iguales
ya no habría gusto, me dijiste para luego abalanzarte sobre mí.
Mientras me sentaba en el mismo lugar donde
ocurrió aquella conversación, la chica de la canasta de
rosas apareció. Exacto,
la misma señorita que se le cayeron todas las rosas justo cuando pasaba al
frente de nosotros y no nos quedó más remedio que ayudarla. Nos dio una rosa a
cada uno para luego querer venderme diez más, pero nosotros no teníamos ni
siquiera una salida completa juntos como para hacer aquella compra. Le dije que
no gracias, e inmediatamente me increpó que no quede tacaño ante ti, saqué un
par de monedas y tuvimos dos rosas más, me insistió que con una quinta ya se
hace más magia, le di lo que quería para que nos dejara en paz. Me abrazaste y
me dijiste qué idiota eres para dejarte convencer así, en esto no quedarías mal
conmigo, te cuento que a mí no me gustan las rosas.
Mientras
la espera cómprele una rosa, me dijo. Le respondí que
no estoy esperando a nadie, pero sí buscando a alguien. Ella me preguntó por
una descripción a ver si podía ayudarme, se la di y le hice recordar que hace
poco la habíamos ayudado cuando se cayó su canasta, abrió inmediatamente los
ojos y me preguntó qué había pasado. No
puedo darte una respuesta de algo que no sé, le dije. Sorprendida exclamó ¡pero si ella tomaba fuertemente tu mano!
Y con una sonrisa solo atiné a decirle lo más
lógico: pero se soltó.
Antes de que se
vaya me dijo que si hubiera comprado las doce rosas todo sería distinto, me reí
un momento y preferí callar el hecho de que a ti no te gustan esas flores. El
resto de la noche me quedé viendo a las olas resacarse y escuchando el rugir de
sus caídas. La incertidumbre… a veces creo que Jesús caminaba sobre el agua
porque al ser hijo de Dios siempre tuvo un piso por la certeza que le daba su
divinidad.
Hoy aún tengo
ganas de buscarte por los lugares que juntos recorrimos, a pesar de que sé son
los más improbables donde encontrarte.
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