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No es un Sueño

Hola. No vengo para decirte cursilerías ni menos estupideces que nos puedan enemistar más. Sabes que sé que nada de lo mío es de tu incumbencia y viceversa, pero igual, estoy aquí porque siento la necesidad de contarte este sueño que tuve, y espero que me escuches atentamente.

No era un día muy particular cuando lo soñé, fue un día cualquiera, de 16 horas de pura rutina, donde nada nuevo acaecía en la vida. Me acosté a la misma hora que siempre suelo hacerlo, durmiendo como siempre lo hago, primero abriendo la cama, para luego acomodar mi almohada en la cabecera, echarme de costado, abrazando un cojín que inconscientemente te reemplaza. Oré como mi madre me recomendaba y luego cerré los ojos para esperar ver la nueva mañana. Todo eso pasó.

De repente, estaba en una calle de mi ciudad, aquella que siempre dijimos querer ir, pero siempre rechazabas viajar por el daño que puede hacer el calor o el sol a tu piel. Pero allí estaba; caminando, en aquella calle surgente, lotizada, con trochas a sus alrededores, algunas partes con veredas, y rodeadas de casas sin fachadas, llenas de ladrillos demostrando su novedad, o la falta de presupuesto de sus dueños. Otras estaban en fierros únicamente. No sé qué hacía allí, sólo sé que era por algo. Caminé sin importar nada, buscando una pista para esperar un carro que me lleve a algún lado. Finalmente apareció, uno rojo escandaloso, lujoso, lunas polarizadas, de donde bajaste; y entendí el propósito del sueño.

Exclamé tu nombre y tuve la intención de acercarme, pero tu acompañante, el chofer del auto, bajó, me miró desafiante, mientras que tú ignoraste mis llamados, mostrándome tu espalda, aquella que ya he visto varias veces algunas felices, otras con el mayor desaire.
Di media vuelta, me introduje nuevamente en la arena de las construcciones, resignado, porque una vez más, me rechazaste. Seguí haciéndolo hasta que vi pasar el auto rojo, delante de mí, no lo pensé mucho, pero si me remordí bastante por eso, sé que no debo o debí hacerlo, pero igual fui a buscarte. No caminé para buscarte, corrí, y te alcancé.

El sueño fue real, lo recuerdo como una secuencia vivida, mas no como una seguidilla de imágenes, porque aún tengo el recorrido de pies a cabeza que hice cuando te tuve al frente. Sandalias sofisticadas, pantalón Beige, blusa blanca, collares de perlas, pulseras de plata en tus dos brazos. Tu tez seguía siendo atractiva, sin tocarla uno sabía que era suave, y tu aroma siempre seguía siendo el mismo. No habías cambiado. Te sacaste los lentes negros, y tus ojos estaban más vivos, quizás esa fue la mayor diferencia desde la última vez que te había visto. Me abrazaste para confirmar lo que pensé de tu piel, tu aroma suave pero penetrante encandiló mi casi nulo sentido del olfato, mientras tu pelo negro y largo siempre bien cuidado acaricio mi hombro y mi rostro. Me sostuviste un momento, sí, tú me sostuviste porque yo estaba atónito por el momento; cuando regresé en mí, nos separé.

Miré tu rostro nuevamente después de ese abrazo, se te veía mayor, como si quince años más hubiesen pasado sobre ti. Te dije un frío ‘hola’ para empezar la charla, me respondiste con una sonrisa, y tu ‘hola’. Me pediste que te acompañara caminando, ninguno de los dos sabíamos que hacíamos allí; te pregunté qué había sido de tu vida desde la última vez que nos vimos. Me respondiste que todo te iba bien, que hiciste todo lo que habías querido hacer, viajaste por las mejores ciudades del mundo pero sólo a lugares urbanos y desarrollados, ‘sabes que no tolero los bichos, ni el sol fuerte’ me dijiste, vives cómodamente como pude notar por tu vestimenta, y si bien no estás casada, te va ‘bien’ en el tema del corazón. Pude notar cómo se desvanecía la viveza de tus ojos al decir ese bien. Por eso sólo te respondí con una sonrisa hipócrita, el típico ‘me alegra bastante’ y el ‘ves que lo podías hacer’. Luego me formulaste la misma pregunta, y te respondí que actualmente tengo un trabajo promedio, sigo viviendo con mis padres, y "desde que te fuiste...perdón, desde que te vi por última vez", salí con distintas personas, pero estoy soltero. ‘Total, no es algo que me traiga loco’ agregué. Me sonreíste nuevamente, y yo preferí no ver esa sonrisa.

Seguimos caminando hasta que aparecimos en un banco. No recuerdo mucho más de la conversación, sólo sé que no te mencioné de nuestros problemas del pasado, no quería tocarlos, porque sé que eso ya no ayudaría en nada, quizás tú querías hablarlos, porque recuerdo que mencionabas bastante el pasado; igual, la conversación fue bastante entretenida. Aún así, siempre hablé con precaución, lo que estaba haciendo era muy riesgoso, no podía caer nuevamente en la prisión de mis sentimientos por ti.

No es bueno recordarlo, lo que hiciste no tuvo nombre, me dejaste sin decir palabra alguna, a pesar que hasta el último día vivimos como los mejores amantes del mundo, pero elegiste otro destino, para buscar el futuro que no te podía, y seguro no te podría dar, aquel de los lujos y la vida holgada. Esa vida que tuve que pagar con dolor del corazón, y sufrimiento, para que puedas pasar a tu siguiente página,que pienso en realidad, quizás la mejor de tu vida.

Entramos al banco a buscar un cajero, a pedido tuyo. De tu enorme cartera, como las que te gustan, sacaste tu billetera, grande, marrón y de cuero, vi todas tus tarjetas, y sacaste una al azar. Me aparté un momento para que hicieras tu transacción; veía los vidrios que fungían de paredes del banco; cuando miro la entrada veo a tu acompañante, sí, a ese señor del carro, el hombre maduro, de traje elegante, el mismo del que renegué por años después del alejamiento. Él venía hecho un energúmeno; por dentro pensé ‘la cagada’ pero te pasé la voz de manera tranquila, me empujó y fue directo hacia ti.

Empezaron a discutir, él gritaba y me señalaba constantemente, y tú llorabas desde el primer momento, seguro fue un bullicio que mi sueño no permitió que lo escuchase, veía como él te jaloneaba al reclamarte, de repente el sonido regreso al sueño, y empezó a gritarte: ‘¿no eres feliz con lo que te doy?’ y el tipo también entró en llanto; te empujó, y sacó su billetera, empezó a tirarte las tarjetas que él tenía, y todo su efectivo, podía ver como los billetes llegaron a contornearse alrededor de tu cuerpo. Y tú llorabas, y me mirabas, y con tus lágrimas me llamabas.

El hombre, tu pareja, te jaló el collar de perlas del cuello, cada una de ellas empezó a rebotar por toda la sala del banco, donde los tres estábamos, vi como las perlas llegaban a mis pies y los rodeaban, cuando alcé la mirada, tú estabas ahí, al frente mío, llorando, pero viendo ahora con tu mirada la ubicación de él. Había saltado el umbral de los cajeros, y se internó en una bóveda, abrió un casillero y saco una caja, la abrió y estaba llena de joyas, tú seguiste tu llanto, porque el tipo empezó a lanzártelas, luego regresó hacia a ti; y te colocó un collar de diamantes, te jaló para otro lado dentro del banco, uno donde la iluminación era insuficiente. Yo los seguí con la mirada; para él yo ya no estaba allí adentro, arranco un pedazo de tu blusa, donde pude ver el desnudo de tus hombros, tú seguías en llanto, y él también, llorando porque él no comprendía por qué su dinero no era suficiente para ti. Quiso besarte, pero no te dejabas, me mirabas, me llamabas, llorabas, y gritaste pidiendo que yo te perdonara. ¡Ayúdame! Me suplicabas. Con tu rostro quince años mayor, me seguiste mirando, me seguiste llamando con esa mirada, y me seguiste pidiendo perdón.

Yo seguía en el mismo lugar, parado, viendo como todo transcurría, créeme que no estaba nada sereno, quería y no quería ayudarte, por un lado, tus problemas no son de mi incumbencia, ni me deberían importar, pero por otro lado, no soportaba como ese animal te tratara así. Tus lágrimas no dejaban de parar, y tenía que tomar una decisión; me acerqué hacia ustedes y mientras él me daba la espalda, te miré a los ojos; y te dije: “Lo siento, no puedo hacer nada” Y me di la vuelta, lloraste gritando y pidiéndome que no me vaya jamás. Me paré, lagrimeé y di la vuelta nuevamente, pero, me desperté.

Ese fue el sueño. Eso fue lo que soñé hace quince años.

Te repito, hoy vine para contarte lo que soñé, para decirte lo mucho que sentí ese sueño, para mí fue un episodio, algunas veces sentí que debí contártelo hace años, pero ¿para qué? ¿Para ver tu espalda de la indiferencia nuevamente porque pensabas que iba a lanzar la sarta de tonterías que podían salir de mi despecho?... Quizás debí intentarlo a pesar de tus negativas. Al final con el paso de los años terminé olvidándolo. No. Lo terminé ignorando. Y ese fue mi principal error.

Debí saber que no debí verte siquiera, que nunca debí buscar la conversación contigo, porque sólo así todo lo que te he contado no hubiese pasado. Pero qué iba a saber que la semana pasada estaría en mi ciudad, supervisando los terrenos que heredé de mi abuela en mi ciudad, sí, los surgentes y llena de trochas, y que tu pareja era el que los quería comprar, pero tú ibas a realizar el trato. Por eso estabas allí. Por eso estábamos allí la semana pasada.

Perdón por haberte hablado, y todo esto haya pasado, aún yo teniendo una ligereza de pensar que estaba en una repetición o deja vú , sin advertir el peligro del episodio que se venía.

Finalmente te ayudé, pero igual me fui, pues las heridas se cierran con los años, pero las cicatrices no permiten que olvidemos. No te acogí en mi morada donde sigo viviendo mis días de soledad. Estaba convencido que conmigo no ibas a ser feliz, más allá de las cosas que no te pueda dar, sino por los sentimientos que tengo hacia ti, son todo menos amor.

Perdóname por favor una vez más, por hablarte hace una semana, lágrimas es lo que tengo para ofrecerte, pero eso no va a quitar que hoy, te confieso todo esto, frente a tu tumba. Donde yaces después de darte cuenta que tu camino, no brindaba lo que realmente querías, felicidad.