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29 de Julio: La Gran Parada Vivencial - ( I Parte)

“¿Qué serías Jeremías si por otras puertas no te decidías? Ya tienes treinta y solo has conseguido amor pero nada material. No necesitas cosas mientras tenga lo abstracto, aunque eso no se coma… Roldán se va de viaje por Fiestas Patrias, ¿tú a dónde vas? ¿a meterte a un cuarto de hostal con tu enamorada mientras ven la Gran Parada Militar? ¿Qué serías Jeremías si por esas puertas decidías?”

Jeremías iba a la bodega a comprar temprano en la mañana. Recién se había bañado, después de su jornada de ejercicios. Una hora diaria, o, para ser sinceros, interdiaria, lograría la meta de reducir la panza que ha brotado en él. “Eso se baja rápido, dejo las chelas unas semanas, y con los ejercicios se baja más rápido”, planea.  Siempre pide un yogurt con cereal no azucarado.

Joven, ¿A dónde se lo va a ir de viaje por fiestas?  le preguntó la señora de la bodega.
No sé, quizás las pase tranquilo, con la novia, ¿quién sabe?
Llévesela al menos a un campamento, pues.
Vamos a ver, vamos a ver.

“Ay, Jeremías, todos preguntando qué harías, y tú ni una maldita idea de cómo festejarías, ay, Jeremías”.

Una vez en la casa que sus padres le dejaron antes de irse a vivir a otra ciudad cogió un tazón y le echó todo el yogurt y cereal. Ese sería su desayuno. A pesar de que el yogurt le aflojaba el estómago, siempre era su deleite tomarlo.

Llevó el tazón a su cuarto, lo colocó al costado del portarretrato de su novia, vio los ojos de ella y y se quedó observándolos un momento antes de la primera cucharada. Esa mañana ella había viajado al norte con sus padres, le dolió no poder pasar los feriados junto a él, pero, ¿qué se haría, Jeremías?

Su celular nuevamente sonó. Era Roldán, el Peloduro.

Oye, Jero pajero, estoy en el aeropuerto. Stefanía encontró un pasaje en el counter para ti, si lo quieres es tuyo.
A menos que sea gratis, no, gracias.
Oe, ya estás grande para que te regalen las cosas. Tienes que animarte, solo iremos tres días a Cuzco.
No puedo, Peloduro, estoy sin mucho dinero, el negocio no ha ido como esperaba.
Conste que te avisé. Luego no jodas cuando digas que nadie te pasa la voz para viajes o actividades.
El jodido soy yo.
¿Y qué vas a hacer, Jero?
Tengo tres días para ver películas, y quizás voy en un rato a La Gran Parada , esa que te fascina…
¿Y Silvia?
En Trujillo con sus papás.
Te prestaría para que vengas, Jeremías, pero voy a necesitar para la inicial de mi nueva camioneta.
No te preocupes, Peloduro, agradezco tu intención.
Bueno, ya hablamos.
Pásala bien. Chau.

“Jeremías, ¿recuerdas que hace 10 años decías que siempre en estas fechas viajarías?”

Después de la conversación se sentó en su cama, degustó del yogurt, prendió el televisor, vio un rato los preparativos para La Gran Parada Militar, un evento que se realiza todos los 29 de Julio por el aniversario patrio peruano, y lo apagó. Prendió su ordenador, leyó algunas noticias, se enteró de la felicidad de sus amigos, los miles de sentimientos de envidia se apoderaron de su pecho.

“Todos pasándolo bien, algunos con sus familias ya hechas, otros disfrutando la soltería, y yo, en mi 
cama renegando. Ay, Jeremías, jamás calculaste que la cagarías”.

Mirando su ropero se fijó en el logo de la agencia de aduanas en la que trabajaba, la primera del Perú, donde era considerado colaborador de rápido ascenso,  hasta que un día decidió renunciar por el simple hecho que le aburría estar entre tanto papeles y no hacer algo que realmente lo llenara. Se acordó de Gerardo, el chico que ingresó con él, no era tan bien considerado como Jeremías en la agencia, pero él aprovechó el vacío tras la salida de Jeremías, y vaya departamento y auto que maneja.

“Ay Gerardo, qué sería de tu vida, si yo nunca me hubiera largado”.

Actualmente Jeremías trabajaba de manera independiente, consiguió unos cuantos clientes, y gracias a ellos sobrevive el día a día y se da uno que otro gusto no tan lujoso. Después de que su último jefe se negó a pagarle sus últimos sueldos, se decepcionó del trabajo dependiente.

“Basta de envidia, Jeremías, a la Gran Parada dijiste que irías”.

Vestido de un jean con un polo blanco y una chompa roja, Jeremías tomó su mochila y se dirigió a la Avenida Brasil para ver el desfile. Mientras caminaba recordó cuando iba con su papá a ver la pomposa marcha. Nunca fue afín a los militares, pero siempre creyó que si no le quedaba de otra, sería parte de la Marina. 

Obviamente, eso nunca ocurrió.

Cuando llegó a la avenida vio a las multitudes abarrotadas buscando un lugar privilegiado para ver el tradicional acontecimiento.

“Puta madre, mucha gente hace que ni piense con rima”

Se fue a uno de los pequeños parques que están dentro de Jesús María, abrió su mochila y sacó una lata de 
cerveza, se sentó al costado de un árbol, y con su móvil puso una emisora de radio de noticias.

Mientras escuchaba las noticias y comentarios del desfile, pensaba en Silvia, su enamorada, y la tranquilidad que ella le traía.

“Silvia es el nuevo punto de partida que necesitas. Recuerda, Jeremías, que por ella prometiste que sobresaldrías”.

Jeremías pensaba en ella mientras tomaba su cuarta lata de cerveza.

     — ¿Me invitas una?

Le pidió un sujeto en terno, mayor que él, quizás de 50 años, que se veía alto desde la posición de Jeremías.

¿Me puedo sentar a tu costado?
¿No se le va a manchar el traje? – contestó Jeremías.
Es lo que menos importa.
Adelante.

El sujeto se sentó a su costado, rebuscó en la mochila de Jeremías una lata de cerveza hasta que la encontró.

¿No sabes que está prohibido beber en lugares públicos?
Está prohibido hasta que te vean. Además, con estas latas no soy peligro para nadie.
¿Qué haces acá, muchacho?
Estaba pensando en la vida, la patria y el amor. ¿Y usted? ¿qué hace acá?
Tomándome una cerveza contigo, ¿no es obvio?
Usted no es cualquier persona.
Exacto, no lo soy.
Ya se van a acabar las cervezas, ¿vamos a comprar más?
¿Dónde?  No deberíamos seguir tomando en la calle.
Por acá cerca en la avenida Garzón hay un lugar donde se pueden tomar un par de cervezas a plena luz de día.
Pensaba que esos estaban extintos en Jesús María.
Fue todo un descubrimiento cuando llegué allí.
Pues, vamos. Espérame un momento.

El sujeto hizo una llamada. Inmediatamente una camioneta urbana con lunas polarizadas se estacionó frente al árbol donde ellos estaban.

Ni cagando me subo ahí, prefiero ir caminando, está cerca. – dijo Jeremías.
Como gustes.

Ambos llegaron al lugar que Jeremías señaló, era una tienda de entrada angosta y de fachada descuidada, en ella se servían potajes de la selva. En teoría estaba cerrada, pero solo bastó que tocaran la puerta para que los dejaran entrar.

Un señor en bividí los llevó a una de las mesas en la parte trasera  y gris del local. Se disculpó ante ellos por las fachas que vestía y les dio dos cervezas.

Jeremías se percató que su acompañante era corpulento, calvo y canoso. Su rostro no muy arrugado, pero por la contextura de su rostro asumía que tenía cincuenta. Algo había en él que causaba curiosidad en Jeremías.

¿Quién eres?preguntó de manera seca Jeremías.
Alguien quien ya lo hizo todo y se cansó.  respondió con mucha naturalidad el sujeto.
Pero, ¿quién eres?
Ya me conocerás.

Un hombre moreno, también en terno,  ingresó al área donde ellos estaban sentados, se dirigió de “señó” al sujeto. Él lo identificó solo como El Chinchano. El sujeto recibió de él su billetera y un encendedor, agradeció la atención y le dio la instrucción de esperarlo en el carro.

“Oye Chinchano, no te vayas, ¿Por qué no te tomas unas chelas con nosotros?”, dijo Jeremías mientras el chofer se retiraba. El Chinchano volteó con una expresión atosigada hacia él. El sujeto alzó la mano y dijo que El Chinchano no tomaba porque manejaba.

  Vamos, serán un par de cervezas, no es para embriagarse– insistió.
Él está acá para asegurar mi vida.

Jeremías se levantó intempestivamente de su sitio, con las manos nerviosas dejó el vaso en la mesa, y exclamó sin gritar “¿Quién eres?”.

 “Chinchano, le voy a decir quién soy”, el sujeto tomó un par de sorbos a su vaso, sacó un encendedor. El Chinchano desenfundó su revólver y apuntando a la frente de Jeremías caminó hacia él. 

¿Lo hago aquí, señó?  preguntó sin titubear.