“¿Qué serías Jeremías
si por otras puertas no te decidías? Ya tienes treinta y solo has conseguido
amor pero nada material. No necesitas cosas mientras tenga lo
abstracto, aunque eso no se coma… Roldán se va de viaje por Fiestas Patrias,
¿tú a dónde vas? ¿a meterte a un cuarto de hostal con tu enamorada mientras ven
la Gran Parada Militar? ¿Qué serías Jeremías si por esas puertas decidías?”
Jeremías iba a la bodega a comprar temprano en la mañana.
Recién se había bañado, después de su jornada de ejercicios. Una hora diaria,
o, para ser sinceros, interdiaria, lograría la meta de reducir la panza que ha
brotado en él. “Eso se baja rápido, dejo
las chelas unas semanas, y con los ejercicios se baja más rápido”,
planea. Siempre pide un yogurt con
cereal no azucarado.
— Joven, ¿A dónde se lo va a ir de viaje
por fiestas? — le preguntó la
señora de la bodega.
— No sé, quizás las pase tranquilo, con
la novia, ¿quién sabe?
— Llévesela al menos a un campamento,
pues.
— Vamos a ver, vamos a ver.
“Ay, Jeremías, todos preguntando qué harías, y tú ni una
maldita idea de cómo festejarías, ay, Jeremías”.
Una vez en la casa que sus padres le dejaron antes de irse a vivir a otra ciudad cogió un tazón y le echó todo el yogurt y cereal. Ese sería su desayuno. A pesar de que el yogurt le aflojaba el estómago, siempre era su deleite tomarlo.
Llevó el tazón a su cuarto, lo colocó al costado del
portarretrato de su novia, vio los ojos de ella y y se quedó observándolos un
momento antes de la primera cucharada. Esa mañana ella
había viajado al norte con sus padres, le dolió no poder pasar los feriados
junto a él, pero, ¿qué se haría, Jeremías?
Su celular nuevamente sonó. Era Roldán, el Peloduro.
— Oye, Jero pajero, estoy en el
aeropuerto. Stefanía encontró un pasaje en el counter para ti, si lo quieres es
tuyo.
— A menos que sea gratis, no, gracias.
— Oe, ya estás grande para que te
regalen las cosas. Tienes que animarte, solo iremos tres días a Cuzco.
— No puedo, Peloduro, estoy sin mucho
dinero, el negocio no ha ido como esperaba.
— Conste que te avisé. Luego no jodas
cuando digas que nadie te pasa la voz para viajes o actividades.
— El jodido soy yo.
— ¿Y qué vas a hacer, Jero?
— Tengo tres días para ver películas, y quizás
voy en un rato a La Gran Parada , esa que te fascina…
— ¿Y Silvia?
— En Trujillo con sus papás.
— Te prestaría para que vengas,
Jeremías, pero voy a necesitar para la inicial de mi nueva camioneta.
— No te preocupes, Peloduro, agradezco
tu intención.
— Bueno, ya hablamos.
— Pásala bien. Chau.
“Jeremías, ¿recuerdas
que hace 10 años decías que siempre en estas fechas viajarías?”
Después de la conversación se sentó en su cama, degustó del
yogurt, prendió el televisor, vio un rato los preparativos para La Gran Parada
Militar, un evento que se realiza todos los 29 de Julio por el aniversario
patrio peruano, y lo apagó. Prendió su ordenador, leyó algunas noticias, se
enteró de la felicidad de sus amigos, los miles de sentimientos de envidia se
apoderaron de su pecho.
“Todos pasándolo bien,
algunos con sus familias ya hechas, otros disfrutando la soltería, y yo, en mi
cama renegando. Ay, Jeremías, jamás calculaste que la cagarías”.
Mirando su ropero se fijó en el logo de la agencia
de aduanas en la que trabajaba, la primera del Perú, donde era considerado
colaborador de rápido ascenso, hasta que
un día decidió renunciar por el simple hecho que le aburría estar entre tanto
papeles y no hacer algo que realmente lo llenara. Se acordó de Gerardo, el
chico que ingresó con él, no era tan bien considerado como Jeremías en la
agencia, pero él aprovechó el vacío tras la salida de Jeremías, y vaya departamento y auto que
maneja.
“Ay Gerardo, qué sería
de tu vida, si yo nunca me hubiera largado”.
Actualmente Jeremías trabajaba de manera independiente,
consiguió unos cuantos clientes, y gracias a ellos sobrevive el día a día y se
da uno que otro gusto no tan lujoso. Después de que su último jefe se negó a
pagarle sus últimos sueldos, se decepcionó del trabajo dependiente.
“Basta de envidia,
Jeremías, a la Gran Parada dijiste que irías”.
Vestido de un jean con un polo blanco y una chompa roja,
Jeremías tomó su mochila y se dirigió a la Avenida Brasil para ver el desfile.
Mientras caminaba recordó cuando iba con su papá a ver la pomposa marcha. Nunca fue afín
a los militares, pero siempre creyó que si no le quedaba de otra, sería parte
de la Marina.
Obviamente, eso nunca ocurrió.
Cuando llegó a la avenida vio a las multitudes abarrotadas
buscando un lugar privilegiado para ver el tradicional acontecimiento.
“Puta madre, mucha
gente hace que ni piense con rima”
Se fue a uno de los pequeños parques que están dentro de
Jesús María, abrió su mochila y sacó una lata de
cerveza, se sentó al costado
de un árbol, y con su móvil puso una emisora de radio de noticias.
Mientras escuchaba las noticias y comentarios del desfile,
pensaba en Silvia, su enamorada, y la tranquilidad que ella le traía.
“Silvia es el nuevo punto de partida que necesitas.
Recuerda, Jeremías, que por ella prometiste que sobresaldrías”.
Jeremías pensaba en ella mientras tomaba su cuarta lata de
cerveza.
— ¿Me
invitas una?
Le pidió un sujeto en terno, mayor que él, quizás de 50
años, que se veía alto desde la posición de Jeremías.
— ¿Me puedo sentar a tu costado?
— ¿No se le va a manchar el traje? –
contestó Jeremías.
— Es lo que menos importa.
— Adelante.
El sujeto se sentó a su costado, rebuscó en la mochila de
Jeremías una lata de cerveza hasta que la encontró.
— ¿No sabes que está prohibido beber en
lugares públicos?
— Está prohibido hasta que te vean.
Además, con estas latas no soy peligro para nadie.
— ¿Qué haces acá, muchacho?
— Estaba pensando en la vida, la patria
y el amor. ¿Y usted? ¿qué hace acá?
— Tomándome una cerveza contigo, ¿no es
obvio?
— Usted no es cualquier persona.
— Exacto, no lo soy.
— Ya se van a acabar las cervezas,
¿vamos a comprar más?
— ¿Dónde? No deberíamos seguir tomando en la calle.
— Por acá cerca en la avenida Garzón hay
un lugar donde se pueden tomar un par de cervezas a plena luz de día.
— Pensaba que esos estaban extintos en
Jesús María.
— Fue todo un descubrimiento cuando
llegué allí.
— Pues, vamos. Espérame un momento.
El sujeto hizo una llamada. Inmediatamente una camioneta
urbana con lunas polarizadas se estacionó frente al árbol donde ellos estaban.
— Ni cagando me subo ahí, prefiero ir
caminando, está cerca. – dijo Jeremías.
— Como gustes.
Ambos llegaron al lugar que Jeremías señaló, era una tienda
de entrada angosta y de fachada descuidada, en ella se servían potajes de la
selva. En teoría estaba cerrada, pero solo bastó que tocaran la puerta para que
los dejaran entrar.
Un señor en bividí los llevó a una de las mesas en la parte
trasera y gris del local. Se disculpó
ante ellos por las fachas que vestía y les dio dos cervezas.
Jeremías se percató que su acompañante era corpulento, calvo
y canoso. Su rostro no muy arrugado, pero por la contextura de su rostro asumía
que tenía cincuenta. Algo había en él que causaba curiosidad en Jeremías.
— ¿Quién eres? — preguntó de
manera seca Jeremías.
— Alguien quien ya lo hizo todo y se
cansó. — respondió con mucha
naturalidad el sujeto.
— Pero, ¿quién eres?
— Ya me conocerás.
Un hombre moreno, también en terno, ingresó al área donde ellos estaban sentados,
se dirigió de “señó” al sujeto. Él lo identificó solo como El Chinchano. El sujeto
recibió de él su billetera y un encendedor, agradeció la atención y le dio la
instrucción de esperarlo en el carro.
“Oye Chinchano, no te vayas, ¿Por qué no te tomas unas
chelas con nosotros?”, dijo Jeremías mientras el chofer se retiraba. El Chinchano
volteó con una expresión atosigada hacia él. El sujeto alzó la mano y dijo que El
Chinchano no tomaba porque manejaba.
—
Vamos, serán un par de cervezas, no es para embriagarse– insistió.
— Él está acá para asegurar mi vida.
Jeremías se levantó intempestivamente de su sitio, con las
manos nerviosas dejó el vaso en la mesa, y exclamó sin gritar “¿Quién eres?”.
“Chinchano, le voy a
decir quién soy”, el sujeto tomó un par de sorbos a su vaso, sacó un
encendedor. El Chinchano desenfundó su revólver y apuntando a la frente de
Jeremías caminó hacia él.
— ¿Lo hago aquí, señó? — preguntó sin titubear.