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Mata - (Última carta / Último Diálogo)

Desde mi precaria posición al nivel del piso aún seguía atrapado por el dolor. Seguía enceguecido por el dolor. Busqué el celular en vano, los malditos que me reventaron las costillas se lo habían llevado. Ya sentía el suelo cómodo, pero luego me sentí levitar, eran dos hasta tres voces, una de ellas le daba indicaciones a las otras dos. De pronto estaba echado en un lugar cerrado y acolchado. Mi cabeza estaba sobre un cuerpo caliente, eran sus piernas.

– Hola, ángel de la guarda, no me desampares ni de noche ni de… ayayay
– Tranquilo, no te muevas. Estamos yendo a la clínica. No sé cómo estabas caminando con ese dolor.
– Oye, ¿es malo ver la luz?
– ¿Qué luz?
– La luz, a la que me dirijo ahora, es tan cálida.
– ¡No, no vayas a la luz! – me tiró una bofetada.
– ¡Estaba bromeando!
– ¡No hagas bromas idiotas en momentos tan drásticos!

Me quise reír pero solo ese movimiento hizo que tuviera dolor. Ella quiso mantenerse seria pero terminó carcajeándose suavemente, me pidió estar tranquilo hasta llegar al hospital.

– ¿Vas a ser la enfermera?

Acarició mi rostro, dirigió su vista a la ventana del carro y no dijo más. Sus piernas no eran amplias, pero sí lo suficientemente cómodas para cerrar los ojos el tiempo suficiente para dormir en el camino.

Cuando el auto finalmente se detuvo ella me seguía pidiendo tranquilidad. El dolor se sentía peor después de la pequeña siesta, entré directo por la zona de emergencias. Me asignaron un cubículo con una camilla, allí me dieron unos analgésicos cuyo efecto se sintió casi de inmediato. Ella coordinaba todo con los médicos. En un momento te van a llevar a sacarte rayos X, pero hubo un accidente vehicular y ahora la máquina está ocupada, me avisó. Solo atinaba a sonreírle. Me preguntó si tenía algún número a quién llamar, le dije que todos estaban en el celular que me robaron.

Se sentó a mi costado todo el momento, el sonido de las ruedas de las camillas se podían escuchar incesantemente. Le pregunté si estaba jodido afuera, ella me dijo que hubo un choque entre tres camionetas, concluimos que mis rayos X tenían para rato. Permanecí en silencio y la miraba de rato en rato, a veces cruzábamos miradas, ella sonreía y luego me esquivaba. Sacó su libro e hizo el amague de querer leerlo, pero lo cerró rápidamente.

– Tú no eres insignificante para mí, tampoco lo que pasó entre nosotros.
– ¿Entonces que fue?
– Un gusto.
– ¿Un gusto? Como que esa palabra va a matar este momento.
– No, disculpa, eso es muy frívolo. Tiene otro nombre, ¿cómo lo llamaste? Pasión, sí,pasión.
– Pasión, me gusta más.
– No debí desaparecerme.
– Cada quien tiene su reacción. Solo me hubiera gustado que me avisaras. Qué horrible es escribirle a alguien que en teoría te corresponde y luego no recibir respuesta nunca. Es como llegar a la meta de una maratón, pero la cinta no se rompe al contacto con tu cuerpo, sino que te tira al piso.

Ella tomó mi mano, me pidió una vez más disculpas, le dije que ya fue, que no hay problema. Sonreí sin mostrar los dientes. Apretó más mi mano.

– ¿Lo quieres mucho, no?
– Sí

Con su otra mano empezó a jugar con su cabello y yo a ver el techo. Nuestras manos seguían sujetas, pero no puedo mentir al decir que ya sentía que todo estaba separado. Exploré el techo por donde mi línea de visión me lo permitía, el techo estaba perfecto hasta que encontré una mancha de humedad que en su mitad mostraba una línea de resquebrajamiento, la miré fijamente hasta que se volvió un símbolo del momento. Finalmente me animé a hablar.

– Qué mala sincronización. De haberlo sabido, no hubiera decidido empezar esto.
– ¿Por qué dices eso?
– Coge ese vaso de agua que está allí.
– Está bien.
– Echa una gota de agua sobre esa hoja en blanco que está en el velador y cuenta hasta diez. Ahora 
echa otra gota al costado de la primera y trata de secarla rápidamente ni bien caiga sobre la superficie. Trata de secar también la primera gota que cayó.
– Ya está, ¿cuál es el punto?
– Mira la hoja, tú eres la hoja. Yo soy la gota que secaste rápidamente y dejó casi nada de rastro, pero él… él es la primera gota que llegó a ti, y como ves, el rastro es permanente. Sacarte esa gota de encima tomará mucho tiempo, si es que quieres que se seque.

Entre sollozos me abrazó. Quizás fue la primera vez en toda la noche que sentí su perfume, tan dulce y suave como los besos que me daba. Le dije que no me abrazara tan fuerte porque dolía.

– ¿Qué hacías en el malecón solo y de noche?
– Ya te dije, buscándote. Te busqué en los lugares más improbables.
– ¿Pero por qué me buscabas allí?
– Primero, no conozco tu casa. Segundo, no te buscaba a ti, buscaba una respuesta.
– ¿Por qué la obsesión con una respuesta que tenías tan clara?
– Suena a obsesión, pero es una gran duda para mí. Hace muchos años estuve con alguien que también desapareció. Esta vez no quise quedarme de brazos cruzados, y quise conocer el razonamiento de estas acciones.
– Y lo lograste.
– Y también me equivoqué en lo que buscaba. En realidad quiero otra cosa tuya.
– Dime qué es.

Aún seguía apoyada en la cama con su codo y su mano sujetando la mía, solté mi mano derecha de su mano, y con la izquierda cogí su hombro y sin decir palabra alguna la aparté de mí.

–¿Quieres que me vaya?
– Sí, pero esta vez quiero que te despidas.

Se acercó nuevamente a mí y me besó en la frente. Su rostro quedó unos escasos centímetros del mío, pude sentir su respiración y notar el pequeño acné que salía de su frente, me daban ganas de mencionarlo, pero preferí callar. Su mirada se quedó congelada frente a mí, una lágrima de ella cayó directo sobre mi mejilla. Se acercó nuevamente e hizo el amago de besarme, ella se detuvo, sonrío, se paró y al salir del cubículo solo dijo me divertí mucho contigo, pero tengo que seguir, cuida los dientes que te quedan, inmediatamente me mandó un beso de esos que vuelan y desapareció.

Desde aquel momento no la volví a ver, ni quise hacerlo. No guardo los buenos momentos para no tentarme ni tuve presentes los malos pues tampoco merecía que la odie; al fin y al cabo ella me dio lo que en realidad buscaba, no una respuesta, sino aquella despedida asesina que necesitaba para matar esta incertidumbre.

A veces pienso en el mozo que pensó que ella me quería solo por cómo me miraba; ahora le digo iluso, es muy probable que ahora sufra por alguien que también lo miró así y lo abandonó de la noche a la mañana. Tampoco olvido a la chica de las rosas, estoy seguro que esa desahuevada que me dio la aprendió de una experiencia que le sucedió, haya sido ella víctima o perpetradora.
Incertidumbre o abandono, estas cartas me ayudarán a recordar a cómo no cagarla una última vez.

Y si alguna vez me encuentro de nuevo con ella, recordaré lo que ocurrió después de que se fue. 
Una enfermera entró casi inmediatamente y me confesó que había escuchado todo.

– No sabría qué decir de ella, no hizo algo decoroso, pero tampoco fue mala contigo – se preguntó.
– Es simple.
– ¿Cómo así?
– Es una pendeja que me agarró cariño.

Eso es lo que es y eso es todo.


No lo olvides.