– Buenas noches, señorita, ¿puedo sentarme en
este lado de la banca?
– ¡Tu cara!, ¿qué te pasó?
– ¿Tan feo estoy? No pasa nada, solo hice un esfuerzo por embellecer mi
sonrisa.
– Estás sangrando. Toma, límpiate la sangre.
¿Estás yendo al médico?
– No es nada grave, y no me voy a morir por
falta de estética.
– Pero necesitarás tus dientes para comer algo.
– Creo que mi abuelo me heredó su dentadura, le
consultaré a mi abuela.
No es
gracioso, me dijo mientras limpiaba la sangre seca que
se había quedado en mis labios. A pesar de la ironía sentía con ternura toda la
escena, no había pasado más de un mes cuando ella hacía lo mismo para sacarme
el lápiz de labios después un beso pasado.
– ¿Qué lees?
– El obsceno pájaro de la noche de José Donoso.
– La historia del Mudito.
– Sí, pero a veces no la entiendo.
– Ni yo, ni Donoso creo. Será que el Mudito
cuenta todo a la monja estando enfermo, delirando, y hasta drogado.
– Exageras – dijo riendo.
– No sé, pero yo no confío en los cuidados de
una monja. Nunca es desinteresado y luego te piden plata para abrir su colegio.
Río nuevamente, nos quedamos en silencio mirándonos el uno al otro, procuré no sonreír para no malograr el momento con mi fealdad adquirida. Miró sus manos e hizo la pregunta que estuve
esperando.
– ¿Cómo has estado?
– Buscando.
– ¿Buscando qué?
– A ti.
– Pues no debiste.
– Claro que debí, hay algo que solo tú puedes
darme.
– Lo siento, a estas alturas ya te habrás
imaginado que eso no va.
– Lo sé.
– ¿Entonces?
– Quiero una respuesta.
– ¿A qué pregunta?
– ¿Por qué?
– ¿Por qué qué?
Me sentí un poco decepcionado, mi mente me
llevó a una de nuestras primeras conversaciones por mensajes de texto me escribió
a la medianoche ¿cómo te gusta la
comunicación? ¿Directa o entre líneas? Respondí la segunda e inmediatamente mi teléfono sonó y en su pantalla decía
a mí también, ahora tendrás que
descubrirme en cada palabra.
– ¿Por qué? – repetí con mi sonrisa incompleta.
Ella bajó los ojos, jugó con las páginas de
los libros. Insistí.
– ¿Por qué?
– ¿Qué quieres que te diga?
– El porqué.
– Ese jueves, nuestro último jueves, cuando
llegué a mi casa recibí una llamada de él.
– Eso no es lo que quiero escuchar. No, eso no.
– Oye, tú sabes que la ruptura que tuve con él es
reciente, tú y yo empezamos a salir cuando él y yo…
– Espera, si la respuesta que yo he perseguido va
a tener su nombre, no me hubiera tomado la molestia de buscarla.
– ¿Entonces qué quieres escuchar?
– Lo que desconozco, no una historia de
rompecabezas donde una pieza reemplaza a la otra. Lo que me vas a decir ya estaba
predicho.
– No te entiendo. Francamente esto ya me está
cansando- cerró su libro con fuerza y lo metió en su bolso.
– No te pares, por favor. Todo estos días
pensaba en qué decirte cuando te vuelva a ver, algunos días eran quejas y
regaños; otros, palabras condescendientes. Hubo días en los que me sentía
patético; otros, simplemente molesto.
– Lo siento, no quería hacerte sentir mal, en
serio, discúlpame.
– No, no hagas eso, no te disculpes por algo donde no hubo ni dolor ni
tristeza– esbocé un gesto amable en mi cara – ¿Sabes?, durante
los días que salía a caminar, muchas veces fui a los pocos lugares donde
salimos. Me encontré con el mozo que siempre nos atendía, ese que siempre está
peinadito y que tiene cara de idiota.
Lanzó una pequeña carcajada
– Me preguntó por ti y le dije que no tenía ni
la más mínima idea de tu paradero. Dubitativo se tomó la libertad de
preguntarme si algo nos había pasado. Pero como siempre me pasa desde que no
supe de ti, no tenía respuestas, solo preguntas. Y le pregunté si él creía que
tú sentías algo por mí.
Agachó la cabeza.
– Me dijo que ya quisiera que alguien lo viera
así.
– No debiste preguntarle eso, ¿y si quiero
regresar a ese sitio?
– Le mandas saludos de mi parte y le das el 10% de propina, no cincuenta centavos como acostumbramos ja ja. Luego fui al malecón y me encontré con la vendedora de rosas.
– La torpe que te engatusó para que le compres
media docena de rosas.
–Que dicho sea de paso nunca me detuviste a
pesar de que no te gustaban las flores.
–Es que me parece un regalo estúpido. Serán
bonitas, pero es un adorno breve.
–No me hagas extrañar tus buenos puntos de
vista. Así es, me encontré con la torpe vendedora de rosas. Como era de
imaginarse, me quiso vender más rosas para ti aun cuando no estabas presente.
Se acordó de nosotros y preguntó por ti, pero tampoco supe qué decirle, y ella
recordó esto de nosotros…
Tomé fuertemente su mano y la miré
directamente a los ojos. Si algo aprendí todo en todo este breve tiempo es que
ella podía observar a muchos lados, incluso le costaba mirarme a los ojos
cuando hablaba, pero una vez que tomaba sus manos, el brillo de esos luceros
eran completamente míos para alumbrarme. Esta vez no fue la excepción.
–Esto es lo que recuerda de nosotros – le dije
fijamente.
Ella acercó su rostro al mío y vi cerrar sus
ojos, sentí corresponderle. Mi mano ya estaba acariciando la zona donde la nuca
y el cuello se unen. Pero en un instante abrió sus ojos y se echó atrás; a
pesar de esto, nunca soltó mi mano.
– ¿A qué quieres llegar con esto? – preguntó
suavemente.
– ¿Aún recuerdas todo lo que me dijiste en las
cinco salidas que tuvimos?
– Aún recuerdo lo que tú me decías.
– Entonces quiero saber el porqué.
Suspiró, miró hacia la izquierda y la derecha, finalmente me miró.
– El último día que salimos la pasé muy bien,
fue una gran noche, no me había reído así con alguien hace mucho tiempo, tu
naturalidad, confianza y mirada me encantan. Me enterneció caminar de la mano
contigo por la calle y sentir cómo invadías mi cuerpo en los momentos que tú y
yo estábamos solos y empezabas a recorrer mis hombros para hacer… hacer…
– ¿El amor?
– Sexo, fue sexo.
– Sexo
– Sí, no voy a decir algo que no sienta.
Trabado, esa era lo que sentía en ese momento,
ninguna palabra salía de mi boca, solo una silenciosa sombra que salía desde mi
pecho. Su mirada nunca esquivó la mía mientras decía sexo. Solté su mano y
despacio metí las mías en los bolsillos para que no viera que temblaba.
Seguí en silencio. ¿Por qué me sentía desnudo
frente a ella? ¿Cómo pudo romperle el ego a una persona no egocéntrica? ¿Pero
es ego o era la sensación de saber que así iba a ser mi respuesta?
Ella seguía mirando fijamente, probablemente
sabía lo que había hecho. Por primera vez esquivé su mirada y la dirigí a su
libro, leí en voz alta el título del libro y dije para mí mismo el obsceno pájaro de la noche de Donoso, lo
entendía y no lo entendía, avanzaba sin tener la certeza entera de lo que decía,
pero igual me entretenía. Eso es.
– ¿Qué hablas?- preguntó leyendo la portada de
su libro.
– ¿Sabes? No hay nada que sentir ni de qué
arrepentirse. Sexo. Sexo nacido de la pasión, pasión que no es amor. Pasión que
no se entiende, pero que se vive y se goza. Sobre todo en los primeros días,
pero, no entiendo, ¿qué pasó?
– La llamada
– ¿Y te movió el piso?
– Sí
– Eso no es suficiente, eso no tiene nada que
ver conmigo. Sé que eso pasó…. - saqué mi mano derecha del bolsillo, temblaba,
la abrí frente a ella - por favor, léeme entre líneas, no voy a caer en ese
patetismo.
–Eso era… tú quieres saber si yo…
Asentí
– Claro que sí. Sentí eso por ti, pero también
sentí presión.
– ¿Presión?
– Te dije claramente desde un inicio que no
quería algo más, pero tú aparentemente te desbordaste en eso, tú hablabas de
una que otra cosa que yo no estaba dispuesta a enfrentar.
– Caramba, no me puedes castigar por ser un
apasionado – dije extendiendo los brazos.
– Te dije que quiero estar tranquila, no me
importa estar sola o acompañada, fuiste aquel caballero con el que siempre
soñé, pero no eres lo que necesito ahora. Te dije que quiero vivir...
– Y yo te dije que te puedo ayudar con eso – la
interrumpí.
– Pero eso es lo que no entiendes, quiero
hacerlo sola.
– ¿Sola? Si fuera así, esa bendita llamada no
hubiera hecho que… ¡ay, carajo!
Un dolor agudo provino de las costillas, un
dolor agudo. Me sobé la zona donde la patada fue dada, ella quiso acercarse a
ver si podía hacer algo, la alejé. No es
nada, le dije.
– Hasta ahora no me has dicho que te ha pasado.
– Unos ladrones me sacaron la mierda a patadas
en el malecón, pero créeme que eso es lo que menos duele ahora.
– No es justo que digas eso.
– Justo es que no te desaparezcas. Eso solo
demuestra que todo esto no valió nada y ni que decir de mí, ¿o me equivoco?
– Ya estás fuera de lugar.
– Nuevamente te vas. ¿En serio te vas a ir sin
decir más?
– No tengo más que hacer aquí.
Cogió su cartera y vi cómo se alejaba. Y se
fue sin decir chau, hasta luego, adiós, ni siquiera un hasta nunca. Solo me
dejó palabras en la boca, y sentía que cada una de ellas me pesaba, de la misma
manera en la que ella desapareció. Me paré y la seguí, la llamé por su nombre,
pero me ignoraba, las costillas me seguían doliendo, ya la iba a alcanzar. No te vayas, calmémonos, matemos esto, no lo
vas a hacer tú sola, le decía. El dolor agudo apareció nuevamente, quise
sostenerme del poste más cercano, pero el dolor me encegueció y caí al suelo
precipitadamente. El dolor era fuerte, y solo pensaba en que ella se iba de
nuevo sin ningún adiós, con la diferencia de que esta vez sí me dejaba tirado
como un perro. Literalmente.