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Historias de Verano (Parte II: Salchichas y árboles)

28 de diciembre 2016 (6:00 a.m.)

Las primeras 3 horas del viaje pasaron sin novedades y con muchos ronquidos. Llegaron alrededor de las 6 de la mañana a Huacho con hambre de desayuno, en especial Juanjo, pero nunca pensaron que la sensación de soledad y abandono a dicha hora. Nataniel dio vueltas y vueltas por varias calles de Huacho y no había movimiento, ningún puesto de comida, ningún restaurante, ningún quiosco, ni siquiera había un perro callejero que les ladrara al sonar del motor, el concepto de 24 horas no existe en dicha ciudad.

“¿Dónde hay salchicha huachana?”, preguntó Juanjo.

Cansado de dar tantas vueltas y gastar gasolina innecesariamente, Nataniel se detuvo alrededor de la Plaza de Armas. Todos bajaron para tomarse fotos, Jeremías anotó que tampoco había Serenazgo, ni siquiera un solo policía en la zona más céntrica de la ciudad. Todos estaban sorprendidos por la imagen desértica que les ofrecía Huacho durante la mañana.

“Yo solo quiero una salchicha huachana”, repetía Juanjo.

Todos se dispersaron un momento para buscar algo interesante o un lugar abierto para poder desayunar.

De repente, Roy y Franco empezaron a llamar al resto de compañeros. Ambos estaban parados al costado de un árbol de Navidad de más de 10 metros.

“No será una salchicha huachana, pero este árbol está hecho solo con botellas descartables de gaseosas”, dijo Franco alegre.

“Cuando haya una hecha con latas de cerveza, me avisan. Yo me voy a buscar mi salchicha huachana”, se retiró Juanjo.

Después de tomarse fotos con el árbol, se sentaron los cuatro en una banca, tenían hambre, pero confiaban que Juanjo encontraría algo de comida y les pasaría la voz.

“¿Se acuerdan cuando Franco se templó de Abigail y el pendejo no sabía cómo armar el arbolito de su departamento?”, recordó Roy.

“Y nos ofreció una caja de cervezas para ayudarlo, pero como estaba misio por haber comprado el arbolito y seguro hasta el nacimiento, solo nos puso media caja”, agregó Jeremías.

“¿Ya empezamos con los recuerdos incómodos? No son ni las siete de la mañana, muchachos”, reclamó Franco con tranquilidad.

Y ahí sentados en ese banco empezaron a recordar cómo llegaron a casa de Abigail, el departamento en aquel entonces era nuevo, totalmente pintado de blanco, casi no tenía muebles. Ella recién acababa de llegar de Iquitos, sus padres la enviaron para que estudie en una universidad de Lima, en aquel entonces solo tenía 16 años, pero parecía una hermosa chica de más edad.

Franco siempre fue el más atlético del grupo y el más fornido de los cinco. Llegó cargando toda la caja con el árbol, mientras que sus secuaces Jeremías, Roy y Juanjo se habían colocado las bolas de adorno en la cabeza y cantaron villancicos mientras entraban. Abigail no esperaba que vayan los cinco, pero la ocurrencia hizo que sean más que bienvenidos hasta que se dio cuenta que no tenía asientos para que los chicos reposen. Disculpen, chicos, no tengo lugares para que se sienten, se disculpó. Y al final entró Nataniel con bancos de plástico en sus brazos. Te dije que siempre estamos listos, mi charapita linda, le dijo Franco. Ay, no se lo hubieran molestado, le respondió y le lanzó una mirada coqueta en respuesta.

Ya quisiera que me miraran a mí así, exclamó Jeremías mientras los separaba con una sonrisa y luego animó a todos a empezar rápido para cobrar aún más rápido el ofrecimiento de Franco. Ay, ustedes son una sarta de interesados, recriminó Abigail. Toda ayuda sincera tiene una recompensa sublime, dijo un sonriente Nataniel mientras armaba al soporte del árbol.

“Todo andaba bien hasta que nos dimos cuenta que Franco quería meter un árbol de tres metros en un departamento de dos metros y medio de alto”, recordó Roy.

“El último en hablar deberías ser tú”, responde Franco.

Cuando los muchachos se disponían a levantar el árbol, se dieron cuenta del error básico que se había cometido. Nataniel lo confirmó, él árbol era más alto que el departamento. Juanjo exclamó una lisura y fue a acompañar a Nataniel a conseguir una herramienta de su carro. Franco dijo que había pedido un árbol para un departamento, y estaba seguro que iba a entrar.

“Pero les juro que pedí un árbol para departamento chico, ¡me estafaron!”, refunfuñó Franco.

“No nos vamos a esforzar en creerte, porque que la cagaste aquella vez, la cagaste”, aseveró Jeremías.
Ante la vergüenza, Franco pensó por un momento que la fuerza, su fuerza, y frente a Abigail, podría solucionar el problema. Y ejerció fuerza, para hacer que el árbol encaje. Roy le advertía que podía doblar la parte superior del árbol. Y efectivamente eso ocurría. No hagas la de Sansón ahorita huevón, vas a cagar el techo y el árbol, le gritaba Roy. Jeremías quiso decir algo, pero no podía dejar de reírse. Solo atinó a mover a Abigail a un lado del peligro.

Y de repente, comenzó a nevar en el departamento de Abigail.

¡Franco, estás rompiendo el techo! Gritó Abigail, y Franco detuvo su expulsión de poder, y se dio cuenta estaba todo de blanco, toda la escarcha de pintura cayó sobre su pelo y rostro. Jeremías preguntó cómo solucionar el asunto. Y mientras Abigail se disponía a limpiar el rostro de Franco, Roy empezó a correr y le gritó a Abigail que se aparte del camino. Y de una patada partió en dos el soporte del árbol. Franco sorprendido no pudo sostener el árbol y este sepultó totalmente a Abigail ante la mirada atónita de los presentes.

“Y de ahí llego yo con la sierra para achicar el soporte, pero la patada de Roy ya se había encargado de todo”, dijo Nataniel.

“¿Y Juanjo dónde estaba?”, preguntó Jeremías.

“Se había ido a comprar chelas, se moría de sed”, respondió Nataniel.

“Qué raro”, respondió Franco.

Cuando levantaron el árbol, Abigail tenía ramas de plástico en su boca y un raspón en la sien. Gritaba “ayúdame” con acento selvático y todos se reían mientras la ayudaban a levantarse. Juanjo apareció por la puerta y preguntó qué rayos había pasado. Antes de empezar a tomar las cervezas empezaron a ordenar todo. Franco y Nataniel hablaron entre ellos y se comprometieron a arreglar el techo que ahora tenía varias rayas de tigre. ¿Habrá otra cajita de cervecitas?, preguntó Jero. Nada de cervezas, suficientes con las que trajo el Juanjo, en este departamento tenemos bebidas de mi tierra, ahorita traigo el uvachado y otro que me mandó mi hermana, indicó alegre Abigail. El Franco quiere que saques el Rompe Calzón, dijo riéndose Roy como hiena. Mira este malcriado, le respondió Abigail.

“Qué tal borrachera fue esa”, trató de recordar Jeremías.

“Todo se fue a la mierda con suri”, agregó Franco.

“Dejarlos en su casa no fue fácil, no suelo cargar tantos bultos en una sola noche”, finalizó Nataniel.

Roy se paró un momento para inspeccionar el árbol, los demás se quedaron en la banca.

“Oye, Franco, ¿y qué es de Abigail?”, preguntó Jeremías.

“¿Acaso ves unas chelas para empezar a hablar de sentimientos?”, respondió Franco.

“¿Quién habla de sentimientos? Solo es curiosidad para saber si estaba viva”.

“Al menos lo está, eso sí puedo decir”.

“¿Y ya se superó todo?”, preguntó Nataniel.

“¿Qué te puedo decir? Yo…”, iba a empezar Franco hasta que vio algo perturbante,¿qué carajo quieres hacer, zonzorroy? ¡no vayas a tocar nada!

“¡No va a pasar nada!”, exclamó Roy, “¡solo quiero ver cómo cuelgan las botellas!”.

“Mientras no se le ocurra patear el soporte todo bien”, afirmó Jeremías.

“¿Cómo en la casa de Abigail?”, carcajeó Roy.

Roy pateó sin mucha fuerza el soporte del árbol de Navidad de la Plaza de Armas de Huacho, y como no veía ninguna consecuencia volteó a ver a sus amigos con los brazos estrechados solo para ver sus rostros de temor ante lo que presenciaban.

Las botellas se movían con mucha armonía, pero con una fuerza nada proporcional a la patada de Roy.

“¡Sal de ahí!”, gritó Nataniel, mientras las botellas de plástico empezaban a caer sobre la cabeza de Roy.

Roy trató de correr, pero pisó una botella que lo hizo caer abruptamente, el sonido fue de un saco de papas. Nataniel se acercó hacia Roy y lo arrastró hasta la banca. Franco y Jeremías rápidamente empezaron a recoger las botellas para ver colocarlas en su sitio. Intentaron todo lo que pudieron hasta que la campana de la iglesia empezó a sonar.

“Son las siete de la mañana”, notó Nataniel.

Y de inmediato todas las puertas alrededor de la Plaza de Armas empezaron a sonar, los perros llegaron a la Plaza de Armas y escucharon los primeros motores de vehículos como mototaxis y camionetas.

“Huevón, ¡se despertaron todos!”, gritó Jeremías.

“¿Dónde carajo está Juanjo?”, preguntó Franco.

“Suban todos al carro, nos vamos ahorita”, dijo Nataniel.

“Aguanta, yo puedo arreglar el árbol”, afirmó Roy.

“¡Sube, mierda!”, gritaron todos.

Ni bien arrancaron el carro, apareció Juanjo volteando una esquina.

“¿A dónde se van? ¡Traje salchicha huachana para todos!”, gritó.

El carro frenó en seco.

“¡Sube!”

“¿Qué pasó?”

“Roy tumbó un árbol navideño”, le respondió Jeremías.

“¿De nuevo?”

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