“¿Cómo que está muerto?” preguntó Jeremías al mismo tiempo
que se paraba. “¡Tú solo has ido al baño!” exclamó estirando su brazo hacia la
dirección del baño. Pateó su silla y se alejó de ella. “¡Me largo de acá!
¡Tu
broma se terminó, loco de mierda!”gritó.
La música de la banda militar del ejército peruano comenzó a
sonar. Jeremías estaba cansado del juego misterioso de su acompañante. Se
dirigió hacia la salida a pesar de las llamadas del sujeto.
“Sabes Jeremías que
aceptar invitaciones de extraños, no trae nada bueno en ningún año.”
“Usté no se va a ningú lado, señó”. El Chinchano se puso
frente a la puerta.
“Ahora los muertos hablan”, dijo Jeremías antes de tomar impulso
para pasar la puerta. Un intento inútil que terminó tumbándolo de bruces sobre
el piso debido a la fortaleza del Chinchano.
Lamentablemente, esa vergüenza no fue la única. El momento
se hizo más embarazoso cuando el moreno alzó como un trapo a Jeremías y lo puso
de pie con el mínimo esfuerzo.
“Usté no va a dejá así a señó ministro”, dijo El Chinchano.
Limpió los hombros de Jeremías del polvo que ensuciaba su chompa, y se acercó
amistosamente a él, posó sus grandes manos sobre él. “É’ tiene noticia pa usté, ya se debe habé dao
cuenta que e’to no es una casualidá. Joven Jeremía, yo lo conozco desde que
usté era bebé, pero no se va a acordá porque era muy guagüita. No es de mí
decirle má, solo que usté escuche a señó ministro. Ya tengo que irme, joven.
Fue bueno volverlo a ver. Y discúlpeme”.
El Chinchano abrazó a Jeremías con lágrimas en los ojos.
“Escúchelo al señó”. Presionó un botón de su llavero para desasegurar las
puertas de la camioneta.
“Entonces es cierto”. Dijo Jeremías. “Eres hombre muerto.
¿No tienes otra salida?”. El Chinchano se paró al costado de la puerta del
conductor. Solo lo miró sonriendo.
— ¿Y tu familia? ¿Tienes una, no?
— Ellos ya están bien guardaditos.
— ¿Y los vas a dejar?
— No hay familia má pa mí despué que me suba al carro.
— ¿Por qué?
— Hable con señó ministro… cuídese.
— Pero, Chinchano…
— Adió
Y la camioneta partió hacia la avenida Brasil.
“Y esa fue la historia
del Chinchano, quien no era un extraño, y tampoco un humano”. “Ahora decides,
si ahorita partirías y al negro su deseo no cumplirías, o con el señó ministro
hablarías. Ay, Jeremías”.
Jeremías entró al local nuevamente, vio sentado al sujeto,
ahora ministro, quien le entregó una sonrisa, mientras seguía prendiendo y
apagando el encendedor. Jeremías se
acercó al ministro y puso su mano sobre el encendedor. “No sigas, vas a
malograr la roca”.
“Lo mismo le decía a tu papá, quien de puro nervioso cogía
el encendedor e involuntariamente se ponía a jugar así”. El ministro sacó con
su mano libre un cigarrillo de su saco, con una mano semiabierta cogía el cigarro
y con la otra el encendedor lo prendió con estilo.
—Pensé que no fumabas.
— No lo hago, pero la ocasión amerita, ¿quieres uno?
— No
—Bien, estas huevadas matan.
El ministro golpeó su cigarro, abrió la boca para dejar
salir un círculo perfecto. Jeremías intentó decirle algo pero bastó que
levantara dos dedos para indicar que aún no hablara. Estaba disfrutando la
nicotina.
— Escúchame bien, Jeremías — dijo después de exhalar el
último humo del cigarro —yo soy tu padrino, compadre de tu padre, amigo de tu
familia y extraño de tu vida.
— No hay forma, mi padrino murió hace muchos …
— … años en un accidente y bla bla bla. — interrumpió el
ministro — Esa historia la inventé con tu padre cuando ambos teníamos pelo y ganas
de mantener una amistad.
— ¿Por qué? ¿qué pasó entre ustedes? — preguntó Jeremías
tomando un sorbo más de cerveza.
— Pasaron muchas cosas, la mayoría no decorosas. Nada de mariconadas. Simplemente tú padre y
yo divergimos en puntos de vista.
— No entiendo
—No puedo darte mucho detalle porque el tiempo ahora es
corto. No le digas a tu viejo, pero él tuvo la razón. Siempre la tuvo. — el
Ministro miraba el fondo de su vaso.
—Hablas con tanta pasión que ya suena a mariconada.
—Cojudeces. Tu padre y yo trabajábamos en proyectos juntos
desde que estábamos en la universidad, hicimos empresa y vivimos en sociedad
por una década. Pero tu papá siempre le faltó algo que a mí me sobraba. La ambición.
—¿Dinero? Mi papá…
—…no te limites a pensar en el dinero, eso es al inicio,
porque una vez que lo conseguimos ahí empiezan nuestros problemas. Mientras tu
padre pensaba en conformarse con lo que ganaba, yo lo empujaba a que siempre
pensara en ganar más, y así lo hacíamos…
— Hasta que...
— Hasta que llegó la posibilidad del poder, yo era muy bueno
en eso, poder convencer a las personas a realizar algo para su beneficio, y a
permitirles darles recompensas por las ayudas que me daban en licitaciones o
negocios.
— Chantaje y manipulación. ¿Es por eso que estoy sentado? ¿Me
vas a pedir a mí un favor?
— Sí — dijo murmurando el ministro
— Lo siento, mi viejo me dijo que no hiciera cosas turbias
por el simple hecho de evitarme problemas en el futuro.
—Lo sé, también me lo dijo en una de las últimas
conversaciones. Tu papá siempre pensó que todas las pendejadas se pagan alguna
vez, pero siempre le demostraba que esos pagos los hacían quienes no saben
hacerla.
— El karma es una mierda.
—El karma no existe; pero la soledad sí.
— ¿No tienes familia?
— No, y siempre envidié a tu viejo por eso. Él no es ningún
santurrón, pero quizás ustedes fueron la razón principal por la que él no se
metió en las pendejadas en las que yo empecé a proponerle. Luego de esas
desavenencias y mi crecimiento mediático, decidimos alejarnos por completo.
Gran parte tuvo que ver tu madre en eso cuando vio todos los grillos en la olla
destapada. El Chinchano siempre fue un trabajador fiel de nosotros dos desde el
inicio, por eso está conmigo. Él necesitaba dinero y yo le podía proveer para
toda su familia. Incluso para cuando él ya no esté.
—El Chinchano no va a morir, ¿eso es una broma, no? — dijo
Jeremías con mucha pena
—Jeremías, cuando la ambición se desenfrena llega la
soledad, y también llega la traición.
—¿Has traicionado a El Chinchano? ¿a mi viejo?
— No, nunca. Pero sí a algo y alguien más grande. Y es por
eso que tú debes mantenerte en regla.
—No creo que estoy bien como estoy. Siento que soy un
mediocre, ¿entonces qué hago con mi padrino desaparecido en un bar charapa en
plena Parada Militar?
— Sí, eres un poco mediocre. Pero tienes solución. Aún
puedes llenar esa AFP vacía, aún puedes proveerle algo a tu novia, aún puedes generar
ingresos en esa empresita que tienes. Pero sigue tu línea.
—Está bien, lo tomaré como una lección de padrino-ahijado.
— Jeremías, cuando tú vas a tus marchas, a pesar de que no
te guste estar bajo las luces o resaltar para las fotos, ¿tú vas porque quieres
hacer un cambio?
—Así es
— Jeremías, si un cambio tú querías, entonces este favor tú
me harías. — dijo el ministro sonriendo.
Jeremías le devolvió la sonrisa. No tenía idea de lo que le
iba a pedir, pero sentía predisposición por hacerlo.
—Dígamelo, señor ministro.
—Quiero que me entregues a la policía, entrégales este
encendedor también y esta pequeña memoria. El encendedor es un pequeño
micrófono, que curiosamente también da fuego.
Jeremías se levanta de su asiento.
“¿Qué carajos,
Jeremías? ¿Quién diría que en una conspiración te meterías?”
—No entiendo nada, ¿por qué quieres que haga eso? – dijo Jero
con miedo.
— La soledad y traición. Traicioné a la patria, Jeremías. El
Chinchano está yendo ahorita a interrumpir el asesinato del presidente. No creo
que regrese vivo.
—Pero vas a pasar el resto de tu vida en…
—Mantén tus principios, Jero. No te preocupes por mí, mi
cárcel va a ser una de esas cómodas.
—¿Y si no lo hago?
—Esos mismos infiltrados que van a atentar contra el
Presidente me buscarán una vez que El Chinchano se los impida. Me buscarán, me
matarán y luego se escaparán. Quizás dejen un chivo expiatorio para que la
prensa se entretenga.
—¿Los… los… los llamo ahora?
—No, siéntate conmigo, si quieres toma un par de cervezas
más. Porque yo sí lo voy a hacer.
Jeremías se sentó nuevamente.
—Pregúntame algo sobre mí, si quieres. Tenemos acá una hora
más. Voy a tomar como loco, luego llamas y me entregas. La policía creerá que
yo solté la lengua con mi ahijado en una borrachera de aquellas, y él, heroico,
puso a la patria antes que la familia.
“Ay Jeremías, este
sujeto hasta su caída planeadita la tenía”.
Jeremías llamó al señor de bividí, le pidió que prendiera la
televisión de catorce pulgadas.
Empezó a conversar con su padrino acerca de mujeres, de la
juventud de su padre, uno que otro consejo de negocios. El ministro preguntaba
por la salud de su madre, de Silvia, de cómo le iba al viejo de Jero fuera de
la ciudad. Fue realmente algo entretenido. La televisión empezaba a reportar
heridos.
La conversación duró hasta que la primera bala sonó. En la
televisión se podía ver los tumultos alrededor de la pareja presidencial. El
alboroto popular no solo se escuchaba en la televisión, sino que provenía de la
calle. Los patrulleros sonaron de manera inmediata.
Jeremías miró al ministro, su padrino.
— Padrino, fue un gusto. Señor Ministro, váyase a la puta
madre.
Le lanzó un botellazo de cerveza en la cabeza. Y llamó a la policía.
“Jeremías, quién
diría, que huevos tendrías, en el momento que más necesitarías”.