“Ay, Jeremías, Silvia
te decía, que por la bebida alguna vez te lamentarías, pero no sabías que la
vida perderías. Ay, Jeremías”.
Jeremías extendió los brazos con las palmas abiertas
sabiendo que ese escudo no serviría de nada. Sus manos temblaban, las rodillas
también. Mientras estaba vivo lo único que quería controlar eran sus esfínteres
y su vejiga, no quería morir como un maricón, aunque era consciente que una vez
recibida la bala, se cagaría y mearía automáticamente. Solo esperaba.
Las carcajadas del sujeto interrumpieron la concentración de
Jeremías. Eran carcajadas guturales, el
sujeto no abría la boca, solo su sonrisa y el movimiento de su cabeza al emitir
el sonido raspante confirmaban su risa. El Chinchano bajó el revólver y se unió
a las carcajadas, él se reía con un JOJOJO grave y apretando la mano no armada
con la barriga.
“Lo bueno es que no me meé. Ya te puedes ir Chinchano, no
acostumbro a tomar con aquellos que me apuntan, así sea de broma”, dijo
Jeremías sentándose aún temblando y con el ceño fruncido. El Chinchano se
retiró riéndose.
— Esas bromas van a hacer que un día te maten.
— ¿Ahora me amenazas tú? — dijo sonriendo el sujeto.
— Tengo uñas, dientes, este vaso y esta botella de cerveza
para hacerte algo. Tú tienes tu boca para llamar a ese zambo para que me
destripe antes de que pueda pedir perdón. Prefiero seguir disfrutando esta hermosa
conversación.
— Me parece inteligente.
— Y aunque me parezcas conocido, no te pediré tu nombre.
— Te lo diré de una vez, yo…
— No me interesa. Ahora quiero saber por qué te sentaste a
mi lado en el parque — interrumpió Jeremías.
El sujeto cogió chasqueó los dedos hasta que cogió
nuevamente el encendedor, no sacó nunca algún cigarro, solo lo prendía y lo
apagaba con el pulgar, cada vez lo hacía más frecuente.
—Bueno, Jeremías…
— Entonces sí me conocías.
— ¿Tú has ido a las marchas que ocurrieron hace poco?
— Así es.
— Y antes a otras.
— Exacto.
— Pero nunca te juntas con los líderes.
— No
— ¿Por qué?
— Porque o me llegan al pincho o simplemente no tengo ganas
de aparecer en fotos con ellos. Solo voy a dar mi voz y aumentar las estadísticas para que un reclamo
justo se pueda escuchar.
— O sea, vas, recibes de vez en cuando una bomba lacrimógena,
nadie te agradece a título personal, los políticos te siguen metiendo el dedo,
te indignas, ves una nueva marcha, y vas de nuevo, y así y así y así.
— Suena cojudo, pero así es. Algunas veces surte efecto.
— ¡Qué bonito ciclo! – gritó sonriendo.
— Salud por eso.
Ambos chocaron sus vasos, sonríeron y bebieron un sorbo. Al
mismo tiempo ambos posaron los vasos sobre la mesa, se vieron a los rostros y
no se dijeron nada. Nuevamente bebieron en silencio hasta acabar las botellas
de cerveza.
“Jeremías, ¿qué quiere
de ti este huevas?, sabes que lo mejor es que te fueras, pero mejor no, la verdad
situación la quiero de veras”.
El sujeto pidió dos “margaritos” más para la mesa, el
silenció acabó al finalizar la primera botella.
— No esperes a que esté borracho, Jeremías. ¿Nos vamos a
quedar en silencio todo este momento? — preguntó serio el sujeto, mientras prendía
y apagaba rápidamente su encendedor.
— No me dices quién eres, ni qué hacemos acá. Entonces, ¿de
qué más vamos hablar? — respondió
Jeremías alzando las cejas y sonriendo.
— ¿Entonces qué haces acá, muchacho?
— Hay chela gratis, ¿por qué desperdiciarla?
El sujeto hizo sonar su garganta nuevamente en señal de una
carcajada. Suspiró y se excusó para ir al baño.
Tomó un buen rato adentró,
tenía los ojos llorosos. Cogió nuevamente su encendedor y empezó nuevamente a prender
y a apagar su fuego compulsivamente.
“Jeremías, sería bueno
que te fueras, este sujeto ahorita te va a decir que te mueras”.
Jeremías preguntó si todo estaba bien, pero no recibió respuesta a esa pregunta; el sujeto continuó con su manía del encendedor y bebiendo. Jeremías se levantó del asiento.
— Creo que mejor me retiro, llamaré al Chinchano para que te
lleve a tu vehículo — dijo Jeremías levantándose de su asiento.
El sujeto lo miró, buscó los ojos de Jeremías y
tranquilamente dijo:
—Siéntate. Ya no hay Chinchano. Está muerto. Acabo de
matarlo.
Y las llamaradas de su encendedor aparecían y desaparecían
en cada pestañeo.